Los jugadores del Real Mallorca celebran el gol marcado en el partido del pasado martes contra Osasuna en El Sadar. | Iñaki Porto

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Este domingo se juega una final en Palma. «De las malas», como dice Javier Aguirre. A diferencia de la de hace un mes y medio en La Cartuja, esta vez no habrá ningún trofeo que levantar ni billetes para viajar por Europa. Lo que está sobre la mesa es la credibilidad del Real Mallorca y su futuro en Primera División. El conjunto balear, todavía con la sombra del descenso a la espalda, necesita empaquetar una victoria contra el Almería que le garantice, ya de manera oficial, que seguirá en la categoría otra temporada y que su proyecto, seguramente movido por otros nombres, tendrá algo de continuidad (Son Moix, DAZN, 19.00 horas).

El Mallorca llega emocionalmente agotado a este final de temporada. La bella aventura de la Copa del Rey, una vez terminada, ha pasado factura a un vestuario que lleva un montón de semanas acariciando la permanencia sin terminar de agarrarla del todo. Pese a la demora en el final de obra, lo tiene todo de su lado el conjunto bermellón, que gestiona una ventaja de cuatro puntos sobre el Cádiz y se enfrenta a rivales libres de cargas. Sin embargo, todavía hay una pequeña grieta abierta. La presión que ha aplicado el Cádiz con sus victorias ante Getafe y Sevilla ha mantenido encendido el piloto de alerta. Y dejarlo todo para la última jornada multiplicaría el riesgo y las opciones de sufrir un grave accidente.

Aunque hay muchas fórmulas para que el Mallorca se mantenga en pie, la más rápida, fiable y efectiva es la de ganar al Almería y celebrar por todo lo alto el baile de final de curso en Son Moix. Mermado por su propia irregularidad durante toda la campaña, el conjunto balear parte esta vez como el claro favorito para sumar los tres puntos. Bajará la barrera de su estadio un equipo que no ha salido en todo el año de la cueva pero que ha crecido mucho desde la llegada de Pepe Mel y que está tirando de dignidad para redactar las últimas páginas del expediente.

Si al Mallorca se le tuerce el camino del triunfo puede agarrarse a la cuerda de salvamento gracias al Cádiz. Los amarillos tienen tan pocas opciones de escapar del pozo que no pueden permitirse un solo desliz en estas dos semanas que quedan. Si pierde o empata contra Las Palmas, que también necesita un último empujón, la misión rojinegra, con más o menos brillo, se habrá cumplido.

El jeroglífico de la permanencia se resolverá, o como mínimo se aclarará, en una jornada de fútbol como las de antes. En una tarde de transistores, que dirían los nostálgicos. Los cinco equipos que hay atrapados en la telaraña jugarán y tratarán de alcanzar tierra firme a la misma hora.

En las filas locales la gran duda está en el concurso de Antonio Raíllo. El capitán y líder de la defensa del Mallorca ha estado entrenando a un ritmo inferior por culpa de unas ampollas aunque la idea es que esté a punto para el encuentro, porque su baja sería dolorosa. La única ausencia confirmada, aunque poco relevante, es la del central belga Siebe Van der Heyden, con unas molestias. En cambio, vuelven al grupo Martin Valjent y Vedat Muriqi.

La bola de nieve en la que se ha convertido el asunto de la permanencia puede ocultar que el de este domingo será, muy probablemente, el último partido de Javier Aguirre en el banquillo local de Son Moix. El mexicano asegura que no ha perdido un solo minuto de su tiempo en planteárselo, pero el final de ciclo está a la vista. Sobre todo después de una semana en la que se ha conocido que Jagoba Arrasate es el principal candidato a sustituirlo y que tiene muy avanzado un acuerdo para dirigir al Mallorca a partir de la próxima temporada.

El colista y descendido Almería puede ser la gran pesadilla bermellona si se lleva algo de Son Moix. Una de sus principales atracciones será el regreso de Luka Romero, hasta hace unos años la joya de Son Bibiloni y ahora posible verdugo.