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Lo ocurrido tras el retiro espiritual de Sánchez y su vuelta «más fuerte que nunca» ha puesto de manifiesto la gravedad de lo que se está viviendo en el mundo del periodismo. Hasta ahora, todos teníamos asumido que cuando una noticia no gusta a su destinatario, la respuesta siempre es ‘matar al mensajero’, un hecho que se limitaba a los protagonistas de la información, pero que a partir de lo sucedido estos días ha alcanzado cotas inimaginables, porque jamás se había visto que los mensajeros se matasen entre ellos y se acusasen como si una parte estuviese en posesión de la verdad y la otra se limitase a publicar mentiras. Esta situación, a la que muchos asistimos atónitos, es una prueba clara de la degradación periodística que vivimos, donde lo que menos importa es la verdad, pese a que las publicaciones cuenten con pruebas documentales que demuestran que lo que se afirma es cierto. Hay que desprestigiar a los periodistas incómodos y a sus medios a toda costa y lo más triste no es que lo haga el Gobierno, sino que sean sus propios compañeros.