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Cuando la verdad necesita fluir y remover conciencias, no hay nada como una buena portada de periódico de papel que incluya una fotografía impactante para definir el signo de los tiempos. Por mucho que se insista en el peligroso vuelco experimentado por la comunicación en los últimos años, con la anárquica y masiva irrupción de redes sociales y plataformas webs junto a las consabidas aportaciones de televisiones y radios, cuando un hecho se convierte en esencial para una sociedad, son las portadas de papel las que atesoran la llave del impacto social. La prensa mallorquina lo demostró con sus primeras páginas y contenidos del pasado lunes.

Los diarios de papel, hijos predilectos de las robustas rotativas, hacedoras de la historia y del desarrollo de los pueblos desde hace más de dos siglos, publicaron la foto de la plaza Mayor de Palma llena a rebosar en defensa de la lengua de Ramon Llull. Y los políticos de la oposición exhibieron con orgullo en el Parlament la portada de nuestra Ultima Hora, y le recordaron a Marga Prohens el férreo mensaje lanzado en el Correllengua: la advertencia de que su Govern se arrodilla ante el fascismo.

Seguro que el Consolat ha calibrado el efecto de estas portadas mallorquinas y le ha venido a la memoria lo que le ocurrió a José Ramón Bauzá por despreciarlas. Las redes sociales son manipulables y a menudo conducen al descontrol, al marasmo y al caos. Por el contrario, los diarios de toda la vida, forjados y mejorados a lo largo de las décadas por la confianza depositada en ellos por generaciones de lectores, son los únicos capaces de mantener un rumbo de equilibrio social firme y seguro, como el de una nave bien dirigida, incapaz de desviarse en la búsqueda de la verdad, por molesta que ésta sea en coyunturas complicadas. Porque lo más importante es saber ofrecer a los ciudadanos un hilo de luz. Y que éstos se lo graben en su memoria para seguir avanzando.