Archivo - Jornada Mundial de la Juventud. | IGLESIA EN ARAGÓN. - Archivo

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Unos 800 jóvenes de las diócesis de Aragón participaron en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que presidió el Papa Francisco en Lisboa (Portugal) y que se celebró del 1 al 6 de agosto, ha informado Iglesia en Aragón.

Las diócesis aragonesas han estado presentes en la JMJ con varios grupos de jóvenes organizados por las pastorales juveniles, las parroquias y asociaciones de la Iglesia, «todos ellos con distintas sensibilidades sobre la forma de vivir la fe pero con la ilusión de compartir una experiencia común y única como es la Jornada Mundial de la Juventud».

«Todos ellos, desde los militantes más activos y convencidos hasta aquellos que se 'apuntaron por probar' como decía uno de los jóvenes participantes, rompieron con el tabú de nuestros tiempos: creer en Cristo Jesús».

«La JMJ ha sido la oportunidad para poner rostro y voz concretas a los testigos que hoy han de evangelizar al mundo. Por eso fue tan importante visibilizar a las chicas y chicos que desde Jaca, Huesca, Barbastro Monzón, Zaragoza, Tarazona y Teruel y Albarracín viajaron a Lisboa».

«Ha sido una gran experiencia de fe, donde me he sentido especialmente arropado y acompañado por el resto de jóvenes cristianos. Ver a tanta gente reunida únicamente por Cristo te recuerda lo grande que es el amor de Dios», apunta Carlos Ortas, de la diócesis de Barbastro Monzón, que viajó acompañado de otros jóvenes como Eva Mate, quien asegura que «lo vivido en la semana de la JMJ ha supuesto un gran impulso en nuestra fe».

«Ver a tantos jóvenes como nosotros viviendo el amor de Cristo nos ha dado las ganas de seguir creciendo y compartiendo en comunidad. Testimonios que nacen de un hambre de compartir la fe entre semejantes, como dice Clara Gallego, desde Huesca: »Me di cuenta de que nunca estaré sola«; o María Ortín, desde Teruel: »Te das cuenta de que no eres el único joven en la iglesia, quizá sí en la de tu barrio, pero no en la Iglesia".

Una enseñanza

La JMJ ha dejado también momentos para la reflexión, como la acogida sincera que tuvieron los peregrinos a través de las parroquias. «Me encantó el trato de las familias de acogida y lo felices que eran por estar en sus casas. Me tocó el corazón ver a mi madre de acogida llorar porque no quería que nos fuéramos, me conmovió mucho», cuenta Elena Desirée Martínez, desde Zaragoza.

Otra de las imágenes que deja la JMJ es la celebración como expresión de la diversidad de dones. «Hablar el lenguaje del amor es suficiente para entenderse», expresa María Palomar, desde Huesca, impresión que comparte con Beatriz Luna, desde Zaragoza: «Me impactó el clima de unidad y hermandad que había: más de 200 países, cada uno con su cultura, su bandera y sus tradiciones conviviendo sin problema. Todos éramos hermanos de todos».

Enseñanzas que llegaron reforzadas por las palabras del Papa Francisco, que quedan en la memoria de los jóvenes, como Juan Pablo Leiva, de Tarazona, quien se sitió especialmente reconfortado cuando el pontífice le animó a no tener miedo.

«Yo llegué con muchos miedos, pero ahora no temo a nada, siento que puedo ir a la Universidad, puedo enfrentarme a cualquier contratiempo porque Dios está conmigo y eso me hace tener valor y fortaleza».

Mensajes de un papa que habla con la sencillez de Cristo y que han calado en los participantes aragoneses de la JMJ, que destacan «su forma de hablar con palabras del día a día para llamarnos a la Caridad --'Sólo es lícito mirar de arriba a abajo a una persona si es para levantarlo'--, palabras que nos invitan a no comportarnos como una secta --'en la Iglesia cabemos todos'--, que nos recuerdan que Dios no es como los amigos de Instagram --'Dios nos ama como somos'--, o que la alegría es misionera».

Una llamada

«Compartir esos días con tanta gente unida por Dios ha sido algo que me ha removido por dentro», cuenta Marta Larraz, desde la diócesis de Barbastro Monzón.

La JMJ no se queda en un recuerdo bonito. Remueve y empuja a actuar, como indica también Marta Ortín, desde Teruel: «Creo que fue un punto de inflexión en la fe de muchos».

David J. Rojas, sacerdote de Andorra, describe la JMJ como «un 'chute' de sabor a Dios, de comunión con los hermanos, de descanso para el alma, de rejuvenecimiento de mi sacerdocio, de ganas por seguir trabajando, de crecer en humildad, pero, sobre todo, de comprometerme más con la evangelización y la piedad, fuentes de la caridad y el servicio misionero en medio de estos pueblos que el Señor me ha regalado».