La vocación de Antoni Vadell Ferrer germinó en el seno de una familia de Llucmajor que vivía con normalidad el hecho cristiano. Descubrió los usos de Mallorca a través de sus abuelos payeses, mientras su padre repartía el pan y las ensaimadas de un horno de Palma. Aquel muchacho lleno de ilusiones, con toda una vida por escribir, que practicaba excursionismo y atletismo, se sintió interpelado por el testimonio de unos sacerdotes que le llevó, a los 17 años, a ingresar en el Seminario Menor de Mallorca.
El obispo que sabía comunicar
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