Anastasia, Kristina, Iryana y Marharyta, tras la entrevista en ‘Majorca Daily Bulletin’. | HUMPHREY CARTER

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Melitópol es una ciudad ubicada en el sudeste de Ucrania, muy cerca de la destruida Mariúpol. Hace unas semanas, el alcalde de esa ciudad fue liberado tras un presunto secuestro por parte de las tropas rusas. Es un claro ejemplo de lo que sucede allí:«Hoy ves al vecino, pero mañana puede que le hayan puesto una bolsa en la cabeza y desaparezca».

Así es ahora la ciudad que vio crecer a Kristina Reznik, una joven ucraniana de 24 años que, en 2018, cuando estudiaba Pedagogía en la universidad de Berdiansk, una ciudad costera, se marchó sola a Barcelona «porque sabía que esta guerra sucedería, tarde o temprano». Su madre Iryana y sus dos hermanas Anastasia y Marharyta le apoyaron en esta decisión. Hace unas semanas se reencontraron tras cuatro años sin verse ni abrazarse. Kristina, que lleva en Mallorca ocho meses, ha conseguido traer a su madre y hermanas hasta aquí, tras un viaje casi de terror para huir, con vida, de Ucrania. «No es un reencuentro feliz. Lo estaría más si no las viera porque eso significaría que no habría guerra».

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Kristina Reznik, de 24 años, en Palma. Foto: JAUME MOREY

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Complicaciones

Su hermana Marharyta, de 19 años, llegó a la Isla una semana antes que el resto. Se encontraba de vacaciones en una montaña cuando estalló la guerra. Durante varios días, compaginó trenes y vuelos para llegar a Palma. La historia de su otra hermana y su madre podría ser una película. Pasaron un mes entre sótanos e iglesias en Melitópol. La ciudad, desértica y gélida, solo amanecía durante horas. «Mientras mi hermana salía a pillar wifi desde una parada de autobús, mi madre iba a comprar y a sacar dinero cuando podía. A las seis, todos se iban a casa porque había toque de queda», relata Kristina.

Esta joven instó a su madre y hermana a salir cuanto antes. «Les dije que cogieran libros y se los colocaran alrededor del cuerpo para protegerse y un cuchillo dentro de un calcetín. Salieron en coche hasta Zaporiyia, me dijeron que pasaron unos diez puntos de control, tanto rusos como ucranianos, y una vez en Leópolis cogieron un tren hasta Polonia», cuenta con detalles Kristina, cuyo periplo acabó con un vuelo desde Varsovia a la Isla. «Por favor, que la OTAN cierre el cielo de Ucrania», pide Kristina en esta entrevista. Porque Kristina, desde esta semana, se llama Mariúpol y Bucha en recuerdo de las víctimas de la masacre por parte del Ejército ruso.