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En noviembre de 2001 el primer ministro socialdemócrata Poul Rasmussen perdió, contra pronóstico, las elecciones en Dinamarca frente al liberal Anders Rasmussen. Interrogado por los motivos de la derrota, Poul Rasmussen dijo: «Mi contrincante elegía siempre mensajes claros y rotundos como no queremos más inmigrantes. Al día siguiente yo explicaba que no era exactamente así, que había muchos matices. Consecuencia, los electores no entendían cual era mi mensaje».

Esta cita no es de ayer, hace 22 años. El populista lleva las de ganar porque no busca la verdad sino ser eficaz a cualquier precio. Apela a los peores instintos de las personas para convencer a los electores de que hay que tomar medidas drásticas para evitar problemas mayores. La mentira por simplificación o por engaño es su principal arma. El populista tiene siempre respuestas claras y precisas para problemas muy complicados. Allí donde la mayoría de los políticos vacilan, el populista es rotundo porque conoce al pueblo mejor que nadie. Y ese es el mayor peligro. Está convencido de tener la solución porque nadie como él conoce la verdad y no le importa engañar. Por eso son muy peligrosos. Afrontan un problema que sin duda existe, como la desigualdad, la pobreza o la inmigración ilegal, con la promesa de rápidas soluciones y sin importarles los peligros que conllevan para el sistema democrático. No se excluye que a corto plazo tengan éxito en las urnas y en el manejo de la sociedad. Pero a largo plazo, pueden provocar la ruina del país y del sistema.
En realidad, venden el cervantino ‘bálsamo de Fierabrás’ que lo cura todo o el ‘elixir de amor’ del charlatán Dulcamara en la ópera de ese mismo nombre, capaz de hacer creer al joven campesino, Nemorino, que una botella de vino de Burdeos era un imbatible hechizo para conseguir el amor de Adina.

Los populistas pueden ser de derechas como Trump, Erdogan y Orban, o de izquierdas como Maduro o de extrema derecha y libertarios como Milei en Argentina. Hay otros más sofisticados, que proponen subir mucho los impuestos a los ricos, los ‘malos’ y subir mucho los salarios a los trabajadores, los buenos. Con sus acciones sufre la libertad y, a medio plazo, el desarrollo económico. Si les dejamos hacer, perderemos todos.

Ahora en España tenemos un dirigente que con cuatro años de gobierno está convencido de que solo él tiene capacidad para gobernar el país. Los demás son aspirantes ingenuos. Los populistas suelen hablar en nombre de todo el pueblo. El nuestro ha decidido hablar solo para la mitad del país y ha erigido un muro para que los otros españoles no le molesten. Así es más fácil, siempre le aplaudirán, incluso cuando cometa errores.