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Este texto tiene algo de mensaje en una botella porque está escrito días antes del jueves. Quién sabe qué habrá ocurrido para entonces. Aunque, eso sí, el tiempo es menor del que transcurrió entre el día en que Pedro Sánchez escribió una carta pensando que igual se iba (era un miércoles) y el lunes, que descubrió que se quedaba. De esos cinco días se escribirá mucho, igual alguien publica un libro que se llame Cinco días de abril y tanto podrá ser histórico o la crónica de un viaje a través del tiempo. El tiempo y los viajes en el tiempo son siempre un asunto recurrente. Quizá por eso eché mano de un Rip Van Winkle, de Washington Irving en una edición muy maja (o cuidada y muy bien ilustrada) a la que no había vuelto hacía tiempo. Hay libros que tienen esa función. Saber que están ahí y que igual un día te hacen falta. Seguramente el periodo de meditación que se había tomado Sánchez me llevó a recordar la historia de ese tipo que se quedó dormido en alguna de las colonias de Inglaterra en América y que al despertar formaba parte de los Estados Unidos. Cerca del pasado Día del Libro, contaba Luis Mateo Díez que tenía vendida el alma al diablo de la ficción. La realidad es un producto de la ficción, que no es lo mismo que la mentira, y la ficción viene a ser lo más parecido a la realidad. Lo que Sánchez dijo que iba a hacer -meditar si seguía o no, si valía la pena continuar con lo que haces- también es el sueño de mucha gente, eso que se llamó la Gran Renuncia y que se puso de moda después de la pandemia. Decidió no renunciar. Pero se tomó un tiempo. Los mejores viajes son siempre a tu interior o a través del tiempo. Viajar en el tiempo es posible. Cuando despiertas, aunque hayas dormido ocho horas y no los veinte años que estuvo durmiendo Rip Van Winkle después de probar un bebedizo, es que has viajado en el tiempo.