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Un 16 de marzo de 2008, hace ahora 16 años, el mítico exbatería de ABBA Ola Brunkert, de 61 años, apareció desangrado en el jardín de su chalet de la urbanización de Betlem, en Artà. Presentaba un corte profundo en la yugular, que se había intentado taponar con un trapo. Alrededor, todo era desorden y basura. Los cartones de vino vacíos se acumulaban en el suelo y en la casa no había luz, porque la habían cortado. Esta es la crónica de una muerte misteriosa que tuvo en vilo a la Guardia Civil.

Ola, que había nacido en Estocolmo en 1946, se enamoró de Mallorca en 1977, durante un viaje a la Isla. Eran sus días de vino y rosas, junto al cuarteto más famoso de la época. El grupo musical sueco arrasaba en ventas y el batería, que atesoraba un enorme talento, era un personaje muy conocido. Pero Ola, a diferencia de muchos famosos, prefería vivir apartado del mundanal ruido. Y encontró su Edén en un recóndito paraje de Artà. Betlem, para él, era el paraíso. La paz.

Años después se construyó allí una casa y después empezó a pasar largas temporadas junto a su mujer, Inger, y sus dos hijos. Sin embargo, su afición por el alcohol aceleró su decadencia, física y profesional. Bebía en exceso y muchos vecinos lo veían caminar por las mañanas hasta la Colònia de Sant Pere, para comprar en un supermercado, dando tumbos. Ola, con todo, no se metía con nadie. Era un sueco encantador y los residentes de Betlem lo adoraban.

Agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil en la casa de Ola, la noche que apareció muerto.

El domingo 16 de marzo, sobre las nueve de la noche, un vecino reparó en que estaba tendido en su jardín, inerte. No sabía que, en realidad, llevaba allí unas doce horas. El hombre, alarmado, pidió ayuda y la Policía Local de Artà y la Guardia Civil se desplazaron hasta la casa del popular músico. Todos sabían que tras la muerte de su esposa había entrado en una profunda depresión y bebía, si cabe, todavía más. Los agentes, en ocasiones, lo recogían en el pueblo y lo acompañaban a su casa. Los investigadores descubrieron que presentaba un corte profundo en el cuello y el fantasma de un asesinato planeó sobre la finca de la calle Garballo.

Los agentes precintaron la vivienda y descubrieron que Ola, antes de desplomarse, había recorrido unos quince metros, presumiblemente para pedir auxilio. Y que había intentado taponar la hemorragia con un trapo, sin suerte. En la cocina, junto al jardín, se halló una vidriera destrozada, con restos de sangre. Todo indicaba que el conocido batería se había cortado la yugular con aquella puerta de cristal, pero quedaban muchas incógnitas por despejar.

La casa precintada y llena de basura del batería de Abba, en Betlem.

La noche había caído y la Guardia Civil decidió posponer la inspección ocular para el día siguiente. Tomaron declaración a los vecinos de la zona, que confirmaron que Ola era últimamente un alcohólico. En la casa, de hecho, se hallaron numerosos cartones de vino vacíos. En la cocina, sin embargo, no había comida. Era como si el popular música se estuviera matando poco a poco, víctima de una profunda depresión desde la muerte de su esposa, meses atrás.

La posibilidad de que hubiera sido asaltado por ladrones fue contemplada inicialmente, pero el sueco estaba arruinado y tampoco tenía objetos de valor en el chalet que se construyó, con tanta ilusión, en los primeros años de la década de los ochenta. Así que el móvil del robo se antojaba improbable.

El músico, con su esposa Inger, cuando vivían en Mallorca.

La Comandancia de la Guardia Civil dio prioridad a la investigación. La prensa internacional estaba conmocionada con el extraño fallecimiento del legendario exbatería de Abba y la rumorología se había disparado. Finalmente, fue el forense Javier Alarcón el que despejó todas las incógnitas tras realizar la autopsia: Ola, aquel domingo, había sufrido un accidente doméstico, quizás porque daba tumbos. Chocó contra la vidriera con la mala suerte de que uno de los cristales le seccionó la yugular.

Luego, llegó hasta el jardín, en un intento desesperado para llamar la atención de sus vecinos. No podía gritar, así que cayó y se fue desangrando, hasta que murió. Estaba solo y nadie pudo auxiliarlo. Los guardias civiles que estuvieron aquellos días en la casa de Betlem, un santuario de música en los años ochenta, quedaron impactados por las condiciones de vida de Ola.

Sin su mujer ya no tenía ilusión por nada. Y se iba consumiendo poco a poco. De aquellos años dorados conservaba, aún, su humor fino y su simpatía. En la casa, además de basura, aparecieron algunos viejos discos de Abba, con la portada descolorida: The winner takes it all. El ganador se lo lleva todo.