Una mujer consulta su ordenador. | Marek Levak

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En una era digital en la que nuestras vidas giran en torno a las pantallas, el cuidado de la piel se convierte en un aspecto fundamental que a menudo es pasado por alto. Más allá de los conocidos efectos de la luz azul en la vista y la calidad del sueño, recientes investigaciones sugieren que esta exposición también tiene consecuencias significativas en la salud de nuestra piel. La sequedad, las manchas y las arrugas son solo algunas de las afecciones que pueden surgir de una larga jornada frente al ordenador. Pero, ¿cómo es posible que una simple pantalla tenga tales efectos y cómo podemos protegernos?

¿Qué es la luz azul y cómo afecta la piel?

La luz azul es una parte del espectro de luz visible que emiten muchos dispositivos digitales como ordenadores, smartphones y tablets. Aunque no toda la luz azul es perjudicial -de hecho, una cierta cantidad es esencial para regular nuestro ciclo natural de sueño y vigilia-, la sobreexposición puede tener efectos nocivos. En la piel, esta exposición prolongada acelera los procesos de envejecimiento debido a varios mecanismos:

Deterioro del colágeno dérmico: La luz azul puede activar ciertas enzimas, conocidas como metaloproteinasas, que degradan el colágeno en la piel. El colágeno es una proteína esencial que mantiene la piel elástica y firme. Su degradación resulta en la pérdida de firmeza y la aparición de arrugas y flacidez.

Hiperpigmentación: La opsina-3, una molécula presente en nuestra piel, puede confundir la luz azul con los rayos UVA del sol, activando los melanocitos para que produzcan más melanina. Esto puede llevar a una pigmentación irregular y a la aparición de manchas en la piel.

Deshidratación de la piel: Las largas horas frente a la pantalla no solo deshidratan la piel por la falta de movimiento y la exposición al aire acondicionado o calefacción, sino que también reducen la cantidad de glicerol en la piel, una sustancia que ayuda a retener la humedad.

La protección es esencial: Contra todo pronóstico, el protector solar se revela como un aliado crucial incluso en entornos cerrados. Los dermatólogos recomiendan aplicar diariamente un protector solar con un factor de protección solar (FPS) de al menos 50, idealmente uno que también ofrezca protección contra la luz visible de alta energía (HEV), que incluye la luz azul.

Elegir el protector solar adecuado

Al seleccionar un protector solar, es importante buscar productos que especifiquen protección contra los rayos HEV, además de UVA y UVB. Estos productos suelen contener ingredientes como óxido de zinc o dióxido de titanio, que proporcionan una barrera física contra la luz azul. Además, algunos protectores solares están formulados con antioxidantes adicionales para combatir el estrés oxidativo, otro efecto negativo de la exposición a la luz azul. Además de usar protector solar, hay otras medidas que pueden ayudar a mitigar los efectos de la luz azul:

Ajustar la configuración de pantalla: Utilizar modos como "Night Shift" o software que ajuste la emisión de luz azul según la hora del día.

Descansos regulares: La regla 20-20-20 (cada 20 minutos, mirar a 20 pies de distancia por al menos 20 segundos) puede ayudar a reducir la carga sobre los ojos y la piel.

Hidratación y cuidado de la piel: Mantenerse hidratado y usar humectantes puede ayudar a contrarrestar la sequedad y mantener la integridad de la piel.

En conclusión, aunque la amenaza de la luz azul a nuestra piel puede ser menos visible que el sol, sus efectos son igualmente reales y dañinos. Integrar el uso de protector solar en nuestra rutina diaria, incluso cuando estamos dentro de casa, es un paso esencial hacia la preservación de nuestra salud dermatológica en la era digital.