La bicicleta con la que rodó el autor de esta contracrónica en la Mallorca 167.

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Son las cuatro y media de la madrugada, es 27 de abril de 2024, el día más esperado por muchos, y el ruido de las bicicletas es el único que rompe la tranquilidad en una noche corta para muchos. Ese silencio se extiende hasta el buffet del desayuno, donde apenas se intercambian palabras. Hay que ponerse las pilas y echarse al asfalto, para coger un buen sitio en la salida de la Mallorca 312 OK Mobility. Ese es el motivo que puebla el paisaje de cascos y luces parpadeantes rumbo a la línea de salida.

Allí cambia el paisaje radicalmente. Empieza a asomar el sol en un día que no prevé lluvia, pero sí algo de aire que puede condicionar los planes de algunos. El encuentro con quienes vas a compartir carretera, ilusiones y experiencia te sube los ánimos y todos miran impacientes el reloj esperando que lleguen las 6:30. Antes, Xisco Lliteras, Rosa, Aitana, Natalia y el resto del equipo reflejan la intensidad de los instantes previos, en los que da tiempo a saludar al amigo Pedro Mas y hacerse un 'selfi' para el recuerdo. Momentos antes de que que Van Vleuten, Nibali, Contador, Marga Fullana y compañía dieron gas para no volver a verles en todo el día...

Selfi con Pedro Mas antes de tomar la salida en Playa de Muro.

El ‘sus’ desata la euforia y las primeras pedaladas hacen explotar los ánimos en unos primeros kilómetros neutralizados, pero en los que los que quieren hacer tiempo y estar delante aceleran (algunos demasiado incluso) y los ‘globeros’ nos apartamos a un costado para dejarnos llevar por la inercia de miles de bicicletas rodando y sonando al unísono con tres libros de ruta muy diferenciados: los más preparados y valientes a por los 312 kilómetros; los que tienen buenas piernas con 225 por delante, y los que hacemos lo que podemos, a cubrir el expediente e intentar bajar nuestro tiempo sobre 167, con bicicleta nueva (Giant, para más señas), pero con un año más en el cuerpo y en las piernas.

Al dorsal 39, es decir servidor, le verán por ahora en este último pelotón, intentando no quedarse fuera del ‘corte’ y pillando un grupo o una buena rueda que le acompañe rumbo al tramo cronometrado del Coll de Femenía. Estirada la prueba en la larga recta hacia Pollença, cualquier estela es buena para no perder posiciones en un pelotón interminable. Mucho antes, Cintia Rodríguez, esa gimnasta apasionada del ciclismo, ya me había rebasado con holgura rumbo a la 225, pero vamos a lo importante.

El arco de salida, sobre las 5:30 horas del sábado.

Acabada la infinita recta, la carretera empezaba al fin a empinarse. Y ahí el tapón en el que hay que saber moverse, buscar la inclinación de curva más suave y esquivar ruedas y bicicletas para avanzar posiciones sin perder la poca velocidad que has conseguido alcanzar. Siete kilómetros para empezar a cribar y para que me sigan rebasando. Esta vez fue el compañero Guillem Rosselló, un ‘rookie’ de lujo con buenas piernas y juventud para dejarme antes de coronar.

Ahí se inicia uno de los tramos más complicados y delicados. Con el grupo todavía muy numeroso, los toboganes hacia Lluc son una trampa que conviene sortear antes de entrar en el carrusel que nos dirigió al primer avituallamiento, en el Gorg Blau; pasamos de largo, llevamos provisiones y ganamos tiempo y posiciones con las rampas de Monnàber por delante. Ritmo, paciencia y prudencia, especialmente en los 14 kilómetros de bajada del Puig Major hacia Sóller, donde arrecia el viento y las prisas de algunos -unidas a la falta de conocimiento de la carretera- provocan esas caídas feas que no gustan, porque sabes que podrías haber sido tú perfectamente.

La bicicleta que me acompañó durante 167 kilómetros llenos de emociones.
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Llegar intactos a Sóller es otro avance en esta maratón de 167 kilómetros en la que una receta siempre funciona, si llegas con ‘patas’: comer y beber, comer y beber… y así en bucle cuando el cuerpo te lo pida. Sino, puede que un día de fiesta se convierta en algo que no esperas y deseas.

Muchas caras conocidas te encuentras por el camino, compañeros de afición y de desafío por unas horas, encarando la subida más prolongada y tendida del día: desde Sóller hasta Valldemossa, estrenando el nuevo asfalto hasta Llucalcari, que nos lo hizo un poco más fácil, y bajo la atenta y permanente mirada y vigilancia desde el aire del helicóptero de la Guardia Civil.

Coronado Can Costa, una bajada loca antes de ascender la ‘tachuela’ de Claret y afrontar su serpenteante descenso, que se cobraba más caídas a pocos metros de tomar la primera gran decisión: a la derecha la 225 y a la izquierda, 167. No hubo debate, para Esporles con parada y fonda en el replanteado -para bien- avituallamiento de Sa Granja, apartado de la carretera y operativo para seguir la marcha, picando para abajo pero entrando ya en el llano y en el ‘tramo de las rampas’, entre la rotonda de Palmanyola y Alaró. Al que sobrevivimos recreándonos en los improvisados puestos de avituallamiento de las ‘grupetas’ más organizadas.

Si algo volvió a llamar la atención fue el cariño de los vecinos. Esporles, Deià, Pollença, muchos particulares que animaban y aplaudían a los ciclistas al paso por sus fincas… y en Alaró, Laura Brunot de Cycling Planet con un cencerro que se oía desde el colegio en la antesala de otro momento delicado, el de los calambres, que pasaban factura a algunos compañeros al embocar Tofla, la última subida del día en la senda hacia Lloseta, segundo gran avituallamiento. Ahí ya se nota que la meta está cerca, que lo que queda es llevadero, fiándose de que esta vez el viento no nos la juegue. Risas, reencuentros, buen ambiente y pedaladas hacia un segmento de caminos estrechos, muy de clásica belga para pasar por Campanet y percibir que esta vez el aire será nuestro aliado.

Pero queda otro test. Para el ciclista y para su bicicleta. Los preciosos kilómetros de la ‘Roubaix poblera’, compaginando tierra y algo de asfalto muestran el hito de la esperanza, la chimenea de Es Murterar y la Albufera, una invitación a echar el resto ante los kilómetros finales, si has salido ileso y tus ruedas también.

312
Medalla conmemorativa y cerveza para celebrar el cruzar la línea de meta.

En un año diferente, me tocó esta vez tirar de una pareja de belgas, hacerles el tramo. Con el viento de culo, claro, resulta más fácil. Al fondo ya, Playa de Muro; no habían pasado ocho horas desde que arrancamos, un exitazo. Tan por encima de las expectativas que mi mujer y mis hijas no llegaron a tiempo para ver mi entrada en meta, 7 horas, 53 minutos y 45 segundos después. Y, cumpliendo con la tradición, cervecita y recuerdo en forma de medalla. Aunque uno que me conoce bien ya me lanzó un órdago: «El año que viene, qué, ¿la 225?». La respuesta, el último sábado de abril de 2025. Por ahora, me quedo con todas las emociones y recuerdos de otro día que nos costará olvidar.