La espectacular pancarta con la que los aficionados recibieron al Real Mallorca en Son Moix. | M.A.BORRÀS

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Justo dos años después de que un enigmático virus pusiera el mundo patas arriba y en su expansión le lanzara un pulso al fútbol, Son Moix abrazó con todas sus fuerzas un partido como los de antes. Con el Camí dels Reis rodeado por camisetas rojinegras desde por la tarde, muchas bufandas y de diferentes colores al cuello, recibimientos a los equipos, atascos en todos los accesos al campo y lo que es más importante: las gradas abiertas de una punta a otra con un montón de gente ocupándolas en una fría y ventosa noche de lunes.

El contador de los tornos no llegó esta vez a los 20.275 espectadores que se registraron durante la última visita del Real Madrid, en octubre de 2019. Se quedó en 17.191, porque donde más ausencias hubo fue entre los propios abonados del club, a los que no favorecían en absoluto ni el día ni la hora del partido. Sí que fue, en cualquier caso, la mejor entrada de los últimos 24 meses. El precio de las localidades había ido creciendo en el mercado negro de la red desde que el equipo de Ancelotti se desmelenó en la Champions y eliminó a su manera al PSG, aunque al final no hubo que imprimir ningún cartel de sold out y dos horas antes de que empezara a moverse la pelota quedaban unas 800 en las taquillas. Tampoco eran baratas, claro. Cuando empezó el rodaje las únicas calvas de las tribunas se centraban en las esquinas más altas y en ese fondo sur que quedó en un extraño limbo cuando, tiempo atrás, el ex consejero delegado, Maheta Molango, decidió concentrar al público en unas partes muy concretas del campo y cubrir el resto con lonas.

Atmósfera

Superados los muros del estadio también se notaba una atmósfera diferente a la de las últimas temporadas, aunque ahí seguramente tenía más que ver la presencia del Madrid que el hecho de que fútbol, mascarillas aparte, regresara a los tiempos prepandémicos de marzo de 2020. Un club blanco, por cierto, acostumbrado a desfilar por el domicilio bermellón en días señalados. En 1999 inauguró oficialmente el estadio y su última visita coincidió con el partido número 500 que jugaba el Mallorca como local en Primera. Anoche, aparte de ser el rival del primer partido sin restricciones tras el coronavirus, participó activamente en otra efeméride: el encuentro número 300 que se jugaba en Son Moix sobre la primera planta del fútbol español.

En el camino hacia el interior del campo, controles de seguridad que cualquier otro día son inexistentes, marcajes al hombre por parte de los empleados de LaLiga, palcos VIP llenos de invitados, más de 220 periodistas acreditados y problemas para conseguir un buen sitio en zonas demasiado a menudo desiertas. Lo habitual en este tipo de partidos. Dos años y pico después, el Madrid penetró en las entrañas de Son Moix protegido por una inmensa burbuja y sin contacto visual con los aficionados. Eso no ha cambiado. La expedición, que había llegado poco después del mediodía, se marchó tras el encuentro y el poco tiempo que pasó en la isla lo consumió íntegramente en su hotel de concentración. Salvo un pequeño grupo de seguidores estratégicamente situados en los pasillos superiores de la tribuna principal, casi nadie vio bajar del autocar a los futbolistas blancos a su llegada al estadio. Los pocos que lo hicieron desde la distancia se acordaron de forma especial de Marco Asensio, que volvía por primera vez con otro escudo al lugar desde el que había echado a volar siendo todavía un crío.

Recuerdo

El de Calvià, que la última vez que vino el Madrid atravesaba uno de los peores momentos de su carrera por una grave lesión de rodilla, tampoco se sometió a lo que suele ser la prueba del algodón en estos casos: el momento en el que se recita su nombre a través de la megafonía. Ancelotti dejó al mallorquín en el banquillo (pese a que en el partido de ida había sido implacable con su pasado) y pasó de perfil hasta que le tocó calentar, a la vuelta del descanso, y entrar poco después para sustituir a Rodrygo. La afición local, que no le veía jugar aquí desde 2015, le recibió mayoritariamente con aplausos. El madridismo que acudió a Son Moix fue discreto y vivió camuflado hasta que Vinicius y Benzema pincharon el globo. Curiosamente, marcándole otros tres goles a un portero del PSG.