Damià Ame sostiene una fotografía de ese histórico marcaje a Maradona en el año 1984. | Teresa Ayuga

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Damià Amer Munar, (sa Pobla, 1958) se jubila este verano después de 42 años de servicio al Real Mallorca. Lo mejor que se puede decir de él es que ha sido tan discreto que en ocasiones parecía invisible. Ha llegado el momento más difícil. Asimilar su vida sin el Mallorca en su día a día. Ha sido jugador, delegado y responsable de Son Bibiloni. Y ha vivido por y para el club. Ahora vive su última temporada en la entidad.

— Después de más de cuarenta años en el Real Mallorca, se acerca el día de su jubilación. ¿Está mentalizado para ese momento?
— No sé si es una virtud o una desgracia, pero cuando termina una etapa, la olvido y voy a otra cosa. Lo apliqué al terminar como futbolista porque pensaba que era absurdo estar pensando en el pasado. Cuando finalicé mis funciones de delegado lo mismo, me puse ya a mirar hacia el futuro y cuando me vaya de aquí tendré otras inquietudes. Seguiré vinculado al fútbol entrenando a un equipo base del Poblense, ya hablé con ellos y si no hay novedad ese es el plan. Yo no he tenido empresas ni otras ocupaciones al margen del fútbol. Ahora a mis 64 años empezaré una nueva etapa.

— ¿Cuál ha sido su máxima desde que llegó al Mallorca?
— Siempre digo lo mismo. Yo llegué al Lluís Sitjar un 4 de enero de 1981 con una gran ilusión y hoy estoy aquí con la misma ilusión. Lo que ocurre es que ya me noto cansado y se lo comento en ocasiones a mi hija, soy un ‘malsofrit’ como decimos en mallorquín y a mi edad ya no tengo filtros, pero insisto que vengo aquí con la máxima ilusión y quiero que todo funcione bien, que Son Bibiloni esté siempre perfecto.

— ¿Qué ha significado para usted el Mallorca?
— El Mallorca ha sido mi vida. Siempre digo lo mismo, cuando salgo de casa vengo a mi otra casa. He cuidado este club y lo he querido como algo mío, ha sido mi vida y me ha hace mucho daño que la gente no lo respete. Tal vez de no arriesgar en mi vida habría seguido de fontanero hasta ahora, no sé, nadie lo sabe. Estoy muy orgulloso de formar parte de la historia de este club.

— Como futbolista vivió de todo, ascensos y descensos. ¿Qué recuerda especialmente?
— Soy el único jugador en la historia del Mallorca que tiene tres ascensos a Primera. El de Castilla, el de Logroño y el de la promoción contra el Espanyol. Es cierto que se habla mucho de mi marcaje a Maradona, pero contra Diego jugué en dos ocasiones, lo hice en el ciudad de Palma en el trofeo Cepsa y en el Camp Nou donde empatamos a uno y ya le digo que si nos hubiesen hecho cuatro no se me recordarían por ese marcaje, fue el resultado lo que ayudó a recordar ese partido. Fueron nueve temporadas como jugador, tres ascensos a Primera, segundo entrenador con varios técnicos, 24 temporadas como delegado, entrenador del primer equipo…he hecho de todo, pero se me recuerda principalmente por el marcaje de Maradona.

— Llegó del Poblense en 1981 al Mallorca y ahí cambió su vida.
— Yo jugué con el Poblense en Tercera y en ese momento arriesgué en ese cambio de categoría tan notable. También lo hizo Jordi Morey. En ocasiones no te queda más remedio que arriesgar y yo siempre le estaré muy agradecido al presidente Miquel Contestí. Él fue quien me trajo al Mallorca y quien apostó por mí. Un día en el diciembre de 1981 me dicen que el Mallorca estaba interesado en mí. Coincidió que Gallardo estaba lesionado, Iriarte también, y en ese mercado de invierno llegue y pasé de jugar en Tercera a hacerlo en Segunda A.

— Supongo que ni en sus mejores sueños pensó que su carrera en el Mallorca alcanzaría más allá de los 40 años en diferentes etapas profesionales.
— Eso era inimaginable. Yo antes de venir al Mallorca trabajaba de fontanero y en el Poblense éramos semiprofesionales, era la Tercera fuerte de esos años. Cuando me lo plantearon con 23 ó 24 años pensé que era la oportunidad de mi vida, no era ningún niño. Y se lo dije a mi madre, que el Mallorca quería ficharme y ella no lo veía claro, ni que dejara el trabajo ni lo del Mallorca. Al final fiché por lo que restaba de temporada y dos más. Le dije que si no iba bien, volvería y retomaría mi trabajo de fontanero. Insistí y al final sumé nueve temporadas de jugador.

— Tuvo usted muchos entrenadores. ¿De quién aprendió más?
— Estuve con siete entrenadores en mi época de jugador. Marcel Domingo me hizo debutar en Primera ante el Betis y con quien estuve más años fue con Llorenç Serra Ferrer y con quien conseguí dos ascensos a Primera. En Castilla fue con Luicien Muller. De todos aprendes. Con Llorenç conseguimos ese año hacer playoff y esa temporada jugué 33 partidos, fue el año que más jugué. Esa campaña ascendimos y si no hay playoff vamos a Europa, pero en esa fase final llegamos muy justos. Era un milagro lo que hicimos ese año.

— Eran otros tiempos, otras circunstancias y otro fútbol.
— No tiene nada que ver con lo de ahora. Entrenábamos en el Sitjar, teníamos 20 balones y la mitad eran defectuosos, tenía que llevar ropa de casa si tenía frío. Era un abismo lo de antes y ahora. Cuando llegué, en el Lluís Sitjar había un secretario, estaba Contestí, Caldentey el gerente y un contable y José Luis Muñoz que era el delegado. Eso eran las personas que dirigían el club. Eran otros tiempos y no había recursos, pero la ilusión era la misma o más.

— Como jugador, ¿se sintió querido por la afición o percibió que le exigían más que al resto por ser de la tierra?
— Yo siempre me he sentido muy querido por la afición. Al final yo era un guerrero, no podía ir más allá. Yo por ejemplo a Javier Aguirre ahora se lo digo, míster, hemos conseguido llegar donde hemos llegado gracias a ti porque cada jugador sabe lo que tiene que hacer, sus virtudes y sus limitaciones y las explota al máximo. Yo cuando tenía la pelota se la daba al que sabía, si hubiera querido hacer virguerías, no hubiera hecho nada. Era todo pundonor, guerra y lucha y la gente quiere esto y jugadores que la toquen.

— Consiguió tres ascensos con la carga de presión que eso supone para un futbolista. ¿Cómo manejaba esas situaciones de tanta tensión y tantas veces?
— El aficionado sufría por el tema deportivo y nosotros lo hacíamos porque económicamente era importante, éramos profesionales y nos jugábamos mucho. En Castilla esperando en el campo, en Logroño no podíamos fallar…era una carga muy fuerte. Mire yo antes de los partidos soy derrotista, lo veo todo negro, pero dentro del campo me transformaba. Era muy frío. Analizaba el partido, el contrario…pero antes me ponía muy tenso, me clavaban una aguja y no me sacaban sangre.

— A nivel de compañeros, ¿con quién se queda?
— Le puedo hablar de cientos y cientos de jugadores que han sido compañeros, pero hay dos especialmente como son Pepe Bonet y Miquel Àngel Nadal y también Rafa García Cortés. Ellos son amigos, luego tengo muchos conocidos a los que aprecio y nos vemos de vez en cuando, pero con estos tres es especial sin duda.

— ¿Y en cuanto a la calidad y al talento? ¿Con qué jugadores se queda de su época?
— Recuerdo especialmente a Paquete Higuera y a Antonio Orejuela, al margen de Nadal. Ellos marcaban la diferencia.

— Cada vez que pasa por la zona del Sitjar y que ahora es un solar ¿Qué siente?
— Yo cuando pienso en el Mallorca, mi cabeza se va al Lluís Sitjar. Yo he crecido ahí. En Son Moix hemos vivido años enormes, pero la cabeza se va a esos vestuarios que eran como eran, esa escalinata que teníamos que bajar, el foso, las vallas…la caída del foso, cuando las luces se apagaban. He vivido mucho. Era un campo difícil para el rival, idóneo para nosotros, pero los contrarios lo pasaban mal. Pero los éxitos más importantes han sido en Son Moix.

— Recordemos el marcaje a Maradona. ¿Cómo se dio la situación?
— Yo venía de debutar en Primera en el campo del Betis donde había jugado unos cuarenta minutos. Marcel Domínguez estaba muy influenciado por los capitanes y Gallardo le dijo que tenía que meter al ‘enano’, que era yo, a marcar a Diego, le va a pegar cuatro patadas y lo va a asustar y así fue.

— ¿Cómo se enteró que jugaba?
— Los sábado bajaba en tren desde sa Pobla y nos íbamos de viaje. Cuando llego al tren leo en el periódico Ultima Hora un titular claro: ‘Amer será el marcador de Maradona’. Yo no lo sabía y me enteré por Ultima Hora. Después me llama el entrenador y empieza el trabajo psicológico. Me decía, ‘tú vas a marcar a Maradona, además, ¿quién es este Maradona?’ y así fue.

— ¿Estuvo tranquilo durante el partido?
— No tenía nada que perder porque lo lógico es que me superara, pero salí tranquilo al campo. Tenía la experiencia de marcarle en el Ciutat de Palma y sabía que si le salía un partido bueno, era imposible detenerle. Antes alguna patada le podía caer, pero ahora no podrías ni tocarlo. Yo pegué unas cuantas y en el fútbol actual a la media hora me hubiesen expulsado.

— Cuelga las botas en el 90 y empieza una nueva etapa.
— Cuando lo dejé de jugador empecé en el fútbol base. Estuve tres años de coordinador, puse en marcha la escuela de fútbol base del club, fui el entrenador de cadetes, del filial con Martí Munar y un día Pepe Bonet me llama y me plantea la opción de ser delegado y dije que sí. Sabía cómo funcionaba este mundo del delegado, no era tan complicado como ahora, que también lo he vivido. Empecé con Jaume Bauça y encadené 24 temporadas.

— Como delegado encadeno más de dos décadas. ¿Cuál es el secreto en ese cargo?
— He estado con muchos entrenadores en el primer equipo. Como delegado con 25. Para ser un buen delegado tienes que tener la confianza y el respeto de la plantilla, también del entrenador y del club. Si no tienes eso no tienes posibilidades. Como delegado siempre he intentado analizar a los entrenadores, cada uno es un mundo con sus manías y sus caprichos, yo mismo las tengo. Los jugadores son los que nos mantienen, hay que atender sus peticiones de vez en cuando, cubrir sus necesidades, engañarle alguna vez si es necesario, pero tienen que ser tus amigos. Y el jugador no puede verte como un chivato del entrenador, el entrenador a su vez no puede verte como un chivato del club y al club le tienes que hacer ver que trabajas para que todo funcione.

— ¿Qué entrenadores destacaría?
— Si tengo que poner nombres diría que Héctor Cúper, Luis Aragonés y Gregorio Manzano. He estado con 25, pero con ellos tres tuve más relación, confianza y amistad.

— Cúper pasó buenos y malos momentos incluso llegó a dimitir.
— Él quería tanto al Mallorca que decidió dar ese paso a un costado. Vio que no podía sacar el rendimiento a ese grupo, bien por desgaste o porque no llegaba o por lo que fuera y fue lo suficientemente persona y hombre para dar ese paso tan difícil. Con Manzano después de 16 años lo baja a Segunda, por circunstancias, pero fue él quien estaba ahí y me supo muy mal porque casi nos vamos a la Champions con él y lo que le ocurrió me supo muy mal porque fue un técnico muy importante. Y Luis nos abandonó dos veces, una para irse con la selección y otra con el Atlético, pero también fue un gran técnico.

— Su gran virtud siempre ha sido la discreción, pese a que en el vestuario debe haber visto de todo.
— Y le puedo asegurar que gran parte de lo que he visto y oído me lo llevaré a la tumba. El Mallorca ha sido y es mi empresa y yo siempre iré a favor de mi empresa. Yo siempre he estado cuando el club me ha pedido un esfuerzo. Yo nunca he mirado el reloj cuando he entrado en el club. Siempre cuento una anécdota. Mi hija, cuando le mandaba la profesora pintar cómo había sido el fin de semana, pintaba a su madre y a su hermano en el mercado de sa Pobla hasta que la profesora le preguntó a mi mujer si estaba divorciada porque la niña no pintaba nunca al padre. Y ella le respondió que yo no estaba nunca en casa. Cuando dejé de ser delegado busqué inmediatamente el lado positivo y empecé disfrutar más del día a día con mi familia. Ahora Catalina no pinta, pero tanto ella como las nietas me ven más.

— Cuénteme alguna anécdota.
— De jugador yo compartía habitación con Zaki Badou. Llorenç nos puso juntos, él sabía cómo era yo, que me llevaba bien con todos, y Zaki era un poco especial. Un día vamos a Jerez y antes no era como ahora, que todo estaba tan organizado, antes llegabas a la recepción y ahí se organizaba todo y en ese hotel nos dan el número de habitación a mí y a Zaki. Yo empiezo a llamarle y Zaki no aparecía por ningún lado. El equipo empieza a buscarle y nada. Resultó que se había quedado dormido en el autocar en la fila de los últimos asientos y se lo habían llevado a la cochera. Tuvimos que ir a buscarlo. Siempre dormía. Una vez en la habitación, a eso de las cinco de la tarde, me despierto y le veo arrodillado y resulta que se había levantado a rezar. Las primeras veces llamaba la atención, después ya lo vi como algo normal.

— ¿Alguna anécdota especial con Aragónes?
— El míster tenía una manía y era que él dibujaba los campos de fútbol en las hojas en las que explicaba la táctica en el hotel. Quitaba la primera hoja, se hacía una regla y empezaba a pintar las rayas y con los platos de café hacía el círculo central, las medias lunas… era un ritual. Un día se me ocurrió llevarle unas hojas especiales ya con el campo hecho, por lo tanto no tenía la necesidad de pintarlo y en ese momento empezó a gritar ‘!Quién ha sido!’ ¡Quién ha sido!’, lo cogió y lo tiró. Él quería su estilo y pintar el campo a su manera.

— ¿Recuerda alguna charla especial de un entrenador en el vestuario?

— Miré aquí le diré que más que una charla de un entrenador recuerdo la que hizo Samuel Etoo antes de la final de Elche. Habló como compañero, como líder a todo el vestuario y el grupo le escuchó con atención. Fue muy intenso ese momento.

— Usted tuvo sus más y sus menos en Split con Stimac. ¿Qué ocurrió?
— En el túnel de vestuarios Stimac coge a Carlitos y empieza darle puñetazos y yo cogí a Stimac y con el brazo le agarraba y le pellizcaba intentando separarlo y en esas que me da un puñetazo y menos mal que pude repelerlo y no me golpeó como él quería. Casi lo peor fue después cuando vino Juan Antonio Martorell para auxiliarme y empezó a tirarme agua en la cabeza y casi me ahoga. Le cayeron seis partidos a Stimac, que después decía que había un directivo del Mallorca que le clavaba una aguja, pero la verdad fue esa.

— En esa época recuerdo especialmente al ‘otro’ equipo del Mallorca. El que formaba usted con Juanan Martorell, Joan Frontera, Ramon Servalls, Toni Tugores, César Mota, Cati Guasp, José León, el doctor Roig o en su momento el doctor Pericás, que estuvo muchos años, Luis Martín…seguro que me dejo a más gente.
— No digo que ahora no haya una relación tan sana como antes entre club, plantilla, cuerpo técnico…pero nosotros con Mateu Alemany, Joan Frontera, Pepe Bonet, Nando Pons, había una relación muy estrecha, una unión muy fuerte, más directa tal vez y los éxitos eran también debido a ese ambiente que se generaba. A Samuel Etoo, por ejemplo, había que saberlo llevar y lo hacíamos entre todos. La plantilla que se lleva bien con el club o la propiedad tiene mucho ganado, pero aparte de esto éramos una familia.

— A nivel de propietarios, ¿qué me puede decir?
— Yo crecí con la administración de Miquel Contestí que tenía que gestionar el club con los ingresos concretos de socios y entradas que había en ese momento. Después llegó Miguel Dalmau y si el Mallorca está donde está es por el paso que él dio y el dinero que puso en su momento con la transformación de las Sociedades Anónimas. Después llegó otro tipo de gestión con el Grupo Zeta y el cambio de mentalidad es radical y el club da un giro. Vicenç Grande fue un presidente también muy cercano y luego llegó esa etapa de ventas y compras. Había que ser muy equilibrado para estar aquí porque siempre pasaban cosas.

— Ha vivido muchas situaciones de cese de entrenadores, muchas han sido traumáticas. ¿Cuál recuerda de forma especial por lo duro fue fue?
— Hubo uno especialmente que me dolió y fue el cese de José Luis Oltra. Era una muy buena persona, estaba cesado y entrenó porque dijo que él no se iba hasta que no haya un nuevo entrenador. Puedes cesar a una técnico si lo crees oportuno, pero no puedes despreciarlo ni humillarlo.