Tres mujeres responsables del servicio de lavandería en la cárcel de mujeres de Barcelona Wad-Ras. | DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS

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La directora de la prisión de mujeres de Barcelona Wad-Ras, Soledad Prieto, ha alertado de las carencias de las instalaciones de la prisión, que afectan en materia de seguridad y también al tratamiento de las presas con trastornos de personalidad.

«Necesitamos un lugar para estas internas, no para separarlas del resto, sino para que tengan actividades para ellas de más corta duración, más variadas», ha indicado en una entrevista de Europa Press.

«Esto no se puede hacer en un lugar donde tenemos tan poco espacio y donde todo está reutilizado, las condiciones a nivel de instalaciones son muy malas», lamenta Prieto, que opositó a funcionaria de prisiones en 1983, ha trabajado en Wad-Ras desde que funciona como prisión (antes era un centro tutelar de menores) y la dirige desde 2018.

Para la directora de esta prisión que ahora cumple 40 años --«la más antigua del Estado», remarca-- el proyecto de una nueva cárcel de mujeres en la Zona Franca es la esperanza de poner fin a estas carencias, una instalación que la Generalitat esboza para a partir de 2027.

Para entonces, Prieto estará jubilada, pero afirma que irá a la inauguración de la nueva cárcel; y siguiendo con el tratamiento que reciben las mujeres en prisión, cree que se tiende a tratar «como problemas de salud mental problemas que son trastornos de personalidad, y es muy distinto el tratamiento».

Jóvenes que esperan juicio por drogas y robos

El perfil mayoritario en Wad-Ras es el de una mujer joven que ha entrado a prisión por delitos contra la propiedad (robos y hurtos) y contra la salud pública (como el tráfico de drogas), con nacionalidades diferentes, que han cambiado los últimos años a causa de los cambios en las rutas principales del narcotráfico.

En Wad-Ras, cárcel de referencia para presas preventivas y la única de Catalunya con departamento de madres, hay aforo para 164 internas (11 madres) y ahora hay 108 presas, de las que siete son madres con ocho bebés de hasta tres años (hay dos mellizos) que tienen plaza reservada en la escuela pública del barrio, Cobi.

Ahora, la presa de más edad tiene 67 años y hay ocho que tienen menos de 21: «Que una niña de 20 años esté tres años en una casa como esta es una bestialidad. Los periodos de encarcelamiento se tendrían que valorar, son internas que normalmente no causan muchos problemas», valora Prieto.

Una vez juzgadas, la cárcel para mujeres penadas en Catalunya es Brians 1, y Prieto expone que en situaciones de «overbooking» han trasladado allí a internas que esperan juicio.

Juicios aplazados por la pandemia

En cambio, durante la pandemia evitaron trasladar a mujeres aunque ya estuvieran condenadas para reducir el riesgo de contagio: «Yo me he quedado con el pelo blanco por la pandemia. Fue horroroso», dice Prieto al recordar que las presas debían cumplir una cuarentena de dos semanas en una celda para poder disfrutar un permiso de 48 horas.

La pandemia «ha sido tremenda, se han aplazado miles de juicios» por delitos menos graves, y han llegado menos presas acusadas de narcotráfico internacional, un cambio que también afecta al ritmo de trabajo en la cárcel: antes de la pandemia los trabajadores clasificaban de media a cuatro presas en cada junta de tratamiento (son semanales), y la directora de Wad-Ras estima que de cada cuatro había una con una condena corta, es decir, inferior a un año.

Desde el confinamiento han aumentado las penas cortas --«en la junta de ayer, de cuatro clasificaciones todas eran penas cortas», pone como ejemplo-- que implican la rotación de las presas cada pocos meses y aumentan la carga de trabajo en la cárcel porque para cada una deben, igualmente, activarse las gestiones de la trabajadora social, comprobar los datos de la rea y de sus hijos si los tiene, verificar sus antecedentes y su documentación, un proceso que la directora define como complicado.

Trabajar en la prisión

Al margen de las penadas que fueron trasladadas por la pandemia, otro grupo de presas permanece en Wad-Ras a pesar de haber acabado su etapa de prisión provisional y estar ya condenadas: se llaman a sí mismas enchufadas y Prieto las llama «las imprescindibles», porque se encargan de servicios esenciales de la cárcel como la cocina y la lavandería.

Trabajan para la prisión a través del Centre d'Iniciatives per la Reinserció (Cire) con un contrato de unas 20 horas semanales, y Prieto afirma que intentan que todas, empleadas o no, estén ocupadas con distintas actividades, como pintura, gimnasio, cursos de peluquería, arreglos de ropa o informática, ante lo que celebra que «es el centro que tiene una mayor ratio de ordenadores por interna de todo el Estado».

Además, detalla que siempre tienen internas referentes asignadas a todas las actividades, ya que si la monitora no viene porque está enferma, las internas puedan seguir haciendo las actividades.