Pere Terrasa, en el interior de la cueva, señala caraterísticas de la estructura. | Teresa Ayuga

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La cueva del belén monumental de las Caputxines, que es Bien de Interés Cultural (BIC), acaba de quedar vacía. Se trata de un hecho insólito motivado por un estudio que llevará a cabo el restaurador Pere Terrasa, una investigación necesaria y previa a una futura rehabilitación, para la que aún se carece de financiación.

«Hemos sacado muchísimo polvo», comentaba Jaume Llabrés, uno de los comisarios del proyecto de restauración del convento, junto con la historiado Aina Pascual. «Que sepamos, en más de cien años no se había vaciado la cueva».

El belén, de 1710, acaba de cumplir su 300 aniversario. Como saben quienes lo visitan por Nadal, cuando se expone al público, está ubicado en una estancia denominada la sala de labor, el lugar donde las Caputxines se reunían para descansar de la rutina de la vida diaria en el monasterio, mientras se dedicaban a la costura Hasta hace unos años mantuvieron vivo todo un ritual y una liturgia en torno al montaje del belén, «para ellas era media vida», y que han sido recogidos en el libro-catálogo presentado la semana pasada Història i literatura entorn del betlem de les Caputxines, obra de varios expertos locales, que se puede adquirir en el convento. Incluso existía la monja betlemera.

La cueva que lo acoge ocupa una pared y en su interior esta construida a base de cañas y un falso techo de papel, como ha observado en un primer examen preliminar Pere Terrasa, quien ha descubierto que las caputxinas reciclaban. Restos de partituras manuscritas, de periódicos, textos en francés, papel de encuadernar sirvieron para simular la rocalla, sobre la que extendían la policromía y el brillo. «Tenían obsesión por el brillo», seguramente porque potenciaba la luz de las velas, dice Terrasa.