Arriba, el escritor Pau Forner y Ramón Caimari, propietario del club. | Guillermo Esteban

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Antaño existía la militancia de club. «El estilo era: Yo soy del Cultura. Había clientes habituales, la gente llevaba la camiseta como si fuera un equipo de fútbol. Yo soy de este bar y sólo me gusta este bar. Hoy en día es todo muy verbenero», reflexiona Ramón Caimari, antiguo propietario de la discoteca citada. «Bienvenido a Cultura Club, la nueva jungla para groupies y homo sapiens», rezaba una de las paredes de la sala.Era obra de Albert Pinya, que ilustró los dos ambientes del local, en el Passeig Marítim de Palma, con su universo onírico y naif.

La crisis y la falta de público fueron los verdugos del Cultura Club, una sala que alimentó a melómanos a base de píldoras musicales durante nueve años. Ramón Caimari ha encomendado al escritor Pau Forner la tarea de rescatar su historia en un libro que verá la luz en noviembre. Donde solíamos gritar, un guiño a una canción de Love of Lesbian, es su título provisional.

La sala abrió, con sede en Passeig Mallorca, un 1 de septiembre de 2005. Empezó como centro cultural, pero tiempo después cogió forma de bar de copas. «Nació con una idea y ha ido cambiando en función de los cambios de local», recuerda Caimari. «Trabajábamos siempre por encima de nuestras posibilidades, tanto de infraestructura como económicas».

En Donde solíamos gritar (Rapitbook) aparecen artistas, promotores y bandas que tuvieron una participación directa: Toni Pla, Jaime García Soriano, The Prussians, Albert Pinya o Philip Wolf. «El Cultura Club ocupaba un vacío social en Palma», cuenta su propietario. «El Casino Royale ya había ido a menos y el que cogió el testigo de todo eso, quizás, fue el cultura», añade Forner.

Ramón Caimari compaginaba su labor como docente en un colegio con el bar. Al cabo de seis meses terminó «roto». «Empezábamos cada noche con menos ocho mil euros», recuerda. «Y ahí no estaba sumado el alquiler, para que veas el momento de locura. Nosotros, tal vez, no éramos conscientes de cómo se llenaba un local. No hay ninguna fórmula para eso».
Tras seis años de recorrido del Cultura Club, empezaron a florecer bares pequeños que apostaban por la música indie. «Coincidió el desgaste del Cultura, que la gente ya estaba cansada de ir, con la crisis, que no sólo nos comió a nosotros», prosigue Caimari. Frente a las críticas que recibió en su recta final, el propietario de la sala se defiende. «Se nos criticaba porque teníamos clientes habituales, gente que llevaba la bandera».