«Siempre han sobrado dos días en mi vida, dos días completamente inútiles: ayer y mañana». Con esa desarmante sencillez resumía su vida el gran Luis García Berlanga. La frase le encaja como anillo al dedo a George Michael, icono de modernidad a imagen y semejanza del tipo duro, guapo, pero sensible de los ochenta. El sex symbol que bajo sus lentes oscuras, la chupa de cuero y los vaqueros rasgados olía a Drakkar Noir, la fragancia de una era y un tipo de hombre extinguidos. Michael devoró instantes de vida con la voracidad de una estrella del rock, «bebía y consumía drogas como si no existiera el mañana», afirmó Andrew Ridgeley, antiguo compañero de instituto con el que formó, con apenas 18 años, el exitoso dúo Wham!, una auténtica máquina de hacer dinero con una hoja de servicios inmaculada: 20 millones de discos en tan solo cuatro años. Los roles en la banda no resultaban del todo equitativos, mientras George componía, cantaba y tocaba algún instrumento, Andrew se limitaba a deslizar su voz siempre a remolque. La disolución del dúo hizo correr ríos de tinta a finales de los ochenta, y aunque la prensa lo achacó a la codicia del primero, lo cierto es que Ridgeley acabó reconociendo que abandonó el grupo tras levantarle la chica a su compañero. Ni más ni menos que la rubia del trío Bananarama. No debió resultarle difícil, una década después, concretamente en abril del 98, Michael reconocía su homosexualidad tras ser arrestado por «realizar actos obscenos» en un parque de Beverly Hills.
Rompecorazones
Londres27/12/16 7:53
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