Aina Fullana Llull debuta en novela con ‘Els dies bons’.  | Jaume Morey

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En ocasiones aparecen voces con fuerza propia y un dominio de la textualidad que parecen innatos. Es el caso de Aina Fullana Llull (Manacor, 1997) quien a su temprana edad debuta en la novela con Els dies bons, título ganador del Premi València Alfons el Magnànim de Narrativa y que se estrena nada menos que en la editorial Bromera. El libro se sumerge en la drogadicción oculta del uso diario de sustancias que practica Xavier, su protagonista, pero al que se accede desde tres voces, la suya propia, la de Martina, su mujer, y la de Ariadna, la hija de ambos, para explorar lo que este problema oculto socialmente, pero cercano, puede llegar a hacer sufrir a una familia como la de la propia autora. Fullana está inmersa en una mini gira que la llevó al Espai Mallorca de Barcelona en Sant Jordi para luego recalar en Valencia y, finalmente, irá a Palma para charlar con Rosa Bonnín sobre su obra en la Llibreria Lluna el 5 de mayo y participará en la Primavera Literària el 7 de mayo.

Es la primera novela que publica y lo hace con Bromera y el Premi Alfons el Magnànim, ¿es ese el debut soñado?
—La verdad es que sí y no me lo esperaba para nada. Es una novela en la que he puesto muchas cosas de mí, muy fuertes, y sabía que en algún momento me llegaría algún tipo de recompensa, pero no me esperaba que fuera tan rápido. Es un sueño y, además, desde pequeña siempre he querido publicar una novela.

En ‘Els dies bons’ se tratan temas que son muy delicados, pero ¿hasta qué punto son también personales?
—Es básicamente la historia de mi familia y se basa en la historia de mi propia vida, pero quiero dejar claro que es una novela, no una autobiografía. Sería mentira si dijera lo contrario. Por tanto, a partir de esa historia que sí he vivido, decidí escribir este libro y cuando digo que hay cosas de mí no me refiero solo a experiencias, sino que también hablo de todas las ganas, ideas e ilusión que se unen y mezclan aunque no tengas claro qué quieres escribir al principio. Al final fue algo que iba surgiendo.

¿En qué momento se dio cuenta de que esta era la historia que iba a narrar en ‘Els dies bons’?
—Diría que fue cuando dejé de escribir para huir de la realidad y comencé a hacerlo para conocerme a mí misma y saber qué me pasaba por dentro. En vez de escaparme, reconocerme.

Portada del libro.

Se habla de los bajos fondos de Mallorca y de épocas muy duras en cuanto a problemas de drogas, ¿ha habido algún trabajo de documentación?
—He tirado principalmente de mi propia experiencia, aunque he preguntado a mucha gente sobre temas y sitios, sobre cómo se hacía según qué en los 80. Es decir, no me he documentado en sentido estricto, pero me he informado. Sobre los espacios que aparecen, lo que más sale en el libro es Manacor porque es donde he vivido siempre y, por lo tanto, lo que más conozco. No obstante, también salen Palma y algunas zonas que todos los que somos de Mallorca conocemos y sabemos la actividad que te encuentras una vez allí. A algunas les he cambiado el nombre, pero las más obvias no porque era absurdo y he tirado de imaginario colectivo mallorquín.

La problemática de la adicción normalizada del día a día es, quizá, la menos conocida por oculta. ¿Ocurre más a menudo de lo que creemos?
—Una de las intenciones era esa, descubrir, hacer ver que existe, que pasa eso. No todos los yonquis son lo que imaginamos, es decir, gente sin trabajo o marginados sociales. Todo lo contrario. Hay mucha gente que vive esta realidad y no somos conscientes o, incluso, lo somos y lo normalizamos. A lo mejor nos da pena o nos da gracia, pero no vamos más allá. Además, los jóvenes de hoy en día conocemos muy poco de la generación de nuestros padres y lo que ocurría en los 80, por ejemplo. Cuánta gente se moría de sobredosis o por un accidente por conducir colocados. Me gustaría que fuéramos conscientes de esa realidad generacional porque somos los hijos de todas estas personas.

¿Cree que podría servir también como mensaje para una juventud cada vez más precoz en el consumo de las drogas?
—No lo he pensado si soy sincera y no quiero dar ninguna alerta, es simplemente exponerlo, pero sí que podría servir porque nadie quiere acabar como lo hace Xavier, el personaje de mi novela, y por lo tanto nadie quiere hacer sufrir tanto a la gente que le quiere.

Uno de sus personajes, Ariadna, encuentra un refugio en el mundo del arte, de la cultura, ¿es eso también algo muy autobiográfico en este caso?
—Creo que al final todos necesitamos una vía de escape en algún momento de nuestras vidas porque todos hemos pasado momentos muy duros. Tengo la suerte de que la mía es consumir cultura o crearla como con esta novela, pero para otros, por ejemplo, es consumir drogas. Para mí, el arte es una herramienta para escapar de la realidad o entrar en uno mismo, algo que si se aprovecha bien da un crecimiento personal brutal. Te ves a ti mismo como a través de una ventanita, a través de unos ojos que no son los tuyos, y te permite saber qué pasa dentro de ti desde otra perspectiva.