La norteamericana Scarlet Rivera actúa esta noche en la Fundació Miró. | P. Pellicer

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Años 70. Una joven de melena kilométrica y un violín al hombro camina hacia su ensayo musical por las calles de Nueva York. De pronto, un coche se para a su lado y se baja un joven con sombrero que, de pronto, le empieza a hablar de música. No es otro que Bob Dylan y es el inicio de una noche de película así como del origen de uno de los discos más influyentes del rock folclórico: Desire. Esa chica es Scarlet Rivera, la rockera que hoy, a partir de 21.00 horas, repasa algunas de esas canciones que inmortalizó junto al Premio Nobel deLiteratura. Lo hará, además, en un lugar privilegiado: la Fundació Miró, como parte del ciclo Women don’t wait for Waits, que tendrá una nueva cita el 23 de agosto en el Castell de Bellver con Jacqui McSchee, otra leyenda con su única actuación en España.

¿Qué tal está siendo su primera visita a la Isla?

—Es mi primera vez aquí y estoy profundamente impresionada por la belleza de Mallorca y por el hecho de poder tocar en un lugar tan histórico y especial como la Fundació Miró.

¿Conoce el trabajo de Miró?

—Sí, por eso es tan especial tocar aquí. Me encanta la pintura, de hecho estudié arte y música a la vez hasta la universidad, y también pintaba, aunque ya no lo hago. El trabajo de Miró abre la imaginación porque la realidad es de una manera, pero él era capaz de ver más allá, y logra hacer lo invisible perceptible. Tiene su propio lenguaje y a través de él ha expandido el lenguaje de la realidad misma.

Entiendo que es muy especial para usted.

—Siempre he querido unir arte y música. Tengo un amigo en Los Ángeles, Shane Guffogg, que es un protegé de Ed Rushaw, y su trabajo ahora está adquiriendo nivel internacional y prestigio. Pues desde el principio he podido tocar en su galería y es algo especial y exitoso.

Usted formó parte del disco Desire de Bob Dylan y tocó con él en el Rolling Thunder tour, pero ¿cómo fue el primer contacto con él?

—Fue el destino. Es como si tuviera una cita a la que tuviera que acudir que iba a ser vital en mi vida. Nos conocimos en plena calle, en la 13 de Nueva York, que además es mi número de la suerte. Yo iba caminando con mi larga melena y con mi violín al hombro. Parecía una ninfa de un cuento. Él iba conduciendo y al verme algo le hizo pararse y venir a hablar conmigo. Insistió en que quería escucharme tocar y me invitó a su estudio, que estaba muy cerca, y estuve dos horas tocando sin que él mostrara ningún tipo de emoción ni dijera prácticamente nada.

¿Y qué ocurrió luego?

—No sabía si le había gustado o si todo acabaría ahí, pero me dijo que tenía que ir a ver a un amigo tocar muy cerca y me invitó a ir con él. Ese amigo era Muddy Waters que estaba tocando con su banda. Pensé: al menos puedo disfrutar del concierto. De repente, Bob, que había subido al escenario a tocar, cogió el micrófono y dijo: ahora quiero que suba mi violinista, y así anunció a todo el mundo que me había contratado, al mismo tiempo que me lo decía a mí (risas). Durante la actuación tuve un solo y pude ver cómo todos me miraban y recibía el ok de Muddy Waters, su banda y BobDylan. Fue muy especial.

Luego se embarcó con él en Desire, ¿cómo fue esa experiencia?

—Fue como una prueba de fuego. Bob me llamó al cabo de unos días después de esa noche y me invitó al estudio en laCBS. Yo nunca había estado antes en una sesión de grabación, ni una pequeña, y de golpe estaba en esa. De cero a cien. Allí estaba Eric Clapton, los mejores músicos para sesiones de estudio de Nueva York, era como una jam con los mejores. No sabía qué pasaría, era como un barco que podía navegar o hundirse o un pájaro que tanto podía volar como caer.

¿Y qué pasó?

—Fue todo muy intenso. Estaba en una sala individual de grabación, que es como un armario estrecho y nadie oye lo que tocas excepto el ingeniero, el productor y Bob. Estuvimos así dos días y al tercero, cuando llegué, no estaba ni Clapton, ni la banda, etcétera. Solo un bajista, un batería, Bob y yo, y con nosotros decidió hacer Desire. La cosa es que su intención era hacer algo grande, una gran producción con Clapton y los demás, pero mi presencia y mi forma de tocar le hicieron tomar la dirección opuesta.

¿Qué cree que vio en usted?

—Bob Dylan vio algo de mí que nunca había escuchado ni oído antes en un violín.

¿El apodo de ‘la violinista de Bob Dylan’ le ha molestado alguna vez?

—No, nunca, para nada. Es como si ser la protegé de Miró pudiera ser algo malo.

¿Con qué se queda?

—Con el hecho de que me demostré que lo que quería hacer y lo que podía hacer se cumplieron. Yo me compré un billete de ida solo a Nueva York y no tenía apoyo económico de mi familia ni fondos. Mi intención era traer el violín al mundo del rock y lo logré.

Han pasado 50 años y esta música sigue sonando, ¿a qué se debe?

—Hay algo en ella que supera la prueba del tiempo, como un cuadro de Miró, precisamente, que hace que la gente sigue interesada.