El cantante y músico Miguel Ríos. | Raquel López

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Como con los toreros, cuando Miguel Ríos anuncia su retirada conviene poner en cuarentena sus palabras. Su mutis por el foro ya no impresiona a nadie. Él mismo se lo toma con sorna, sabe que del escenario solo lo sacarán con los pies por delante. Este granadino cosecha del 44 creció al abrigo de una era dominada por el rock and roll, esa fuerza subversiva forja tipos de otra pasta. Por su pedigrí, ascendencia y cháchara intelectual entrevistarle es todo un desafío. A sus 79 primaveras sabe que la vejez no resulta sexy, que ya forma parte de la población de riesgo. Pero la solidez de su repertorio, de su directo, confirman su fecundo pacto con la creación. Esa casi impía eterna juventud le permite seguir creando ajeno a la presión, porque himnos tienen de sobra. El 12 de agosto repasará íntegramente su Rock and Ríos en Trui Son Fusteret, dentro de la gira que conmemora el 40 aniversario de uno de los volúmenes más icónicos de la música española.

Rock, pop, blues… ¿cómo puede mezclar géneros sin perder la identidad?
—Poniendo como común denominador al rock and roll. Es el espíritu de la música que cambió la cultura del siglo XX la que impregna mi estilo.

¿Su espectáculo mantiene el repertorio íntegro del Rock and Ríos?
—No se queda nada fuera. Se trata de una celebración de aquella gira y aquel que ayudó al rock español a ser considerado como la música hegemónica de más de una generación. Será el mismo set list que canté el 3 de agosto del 82 en la Plaza de Toros de Palma con un gran éxito de público y crítica.

¿Ha cambiado su relación con la música?
—Ha cambiado poco. Me sigo moviendo por la inexplicable emoción que me provoca el canon rockero y la sensación de seguir aprendiendo el oficio. No me he vuelto selectivo, ni soy un viejo cascarrabias amargado porque lo que viene pueda relegarme a la retaguardia. Ahí también se pelea.

Decía Van Morrison que es imposible crear desde la armonía vital, ¿comparte su pesimismo?
—El conflicto es más creativo, pero él ha hecho obras maestras desde ese estado de ánimo. De ‘Van the Man’, como del cerdo, me gusta todo, y claro que lo envidio. Es probable que lo que menos me guste sean sus andares algo malhumorados y distantes en el escenario. Los Dioses del Olimpo tenían muy mala leche.

¿La gente más admirada es siempre la que más se cuestiona a sí misma?
—La autocrítica tiene que ver con el nivel de exigencia. Para estar arriba no puedes ser complaciente contigo mismo. Ahora, tampoco hay flagelarse. Conocer tus límites y llegar a ellos.

¿A estas alturas qué le quita el sueño?
—No encontrar las pastillas. Ya sabe, «dormimos poco y mal/ quemando la salud…».

¿Cómo lleva la era del reguetón?
—No consumo lo que no me emociona y por lo tanto no puedo engancharme. Pero como soy epicúreo, me gusta ver a la gente feliz. También era raro el rock and roll para los viejos de mi juventud.

A sus 79 primaveras, ¿qué le impulsa a subirse a un escenario?
—Oír cantar a la gente tus canciones es una droga espiritual de primer orden, y supongo que crea algo de adicción. Pero en esta ocasión, volver a hacer el Rock and Ríos 40 años después, es un reto y un placer. Al menos un par de generaciones se enrolaron con el disco, y sus canciones siguen estando vigentes. Entonces en la búsqueda de la utopía y ahora para luchar contra la distopía en la que vivimos. En todo eso baso mi motivación para volver a cantar en Palma.

¿Qué opina del artista que aborda las tribulaciones del ser humano desde su torre de marfil?
—Hay gente pa to’, decía el Guerra bueno. La humanidad se enfrenta a una emergencia climática de dimensiones colosales, y no hay torre de marfil que detenga el tsunami. Yo, antes de artista soy ciudadano con la conciencia social que arrastro desde que supe que mi ideología marcaría mi comportamiento. Y en eso estoy, cantando de qué voy.

¿Qué artista debería formar parte del ciclo formativo escolar?
—El artista puede servir para incentivar al estudiante, pero lo que no puede faltar es el arte como parte de una educación mucho más humanista. Con sus maestros bien pagados y mejor preparados, con sus aulas bien dotadas, con sus materias adecuadas para ayudar al alumno a enfrentar el porvenir, sin olvidar la esencia de donde venimos. Vaya, lo que se llama dotar a la escuela pública con lo que se destina a la privada.

¿Alguna vez ha sentido que se estaba vendiendo al mercado musical?
—Muchas veces. Todas en las que he tenido que sobrevivir para poder seguir con mi vocación y, además, comer. Lo malo es cuando el mercado es más importante que el ser humano.

¿Cuántas maneras hay de vivir la vida?
—La verdad, por lo que veo, infinitas. Cada uno es su propio mundo.

¿Cuál es su lugar soñado para el retiro... o ese Shangri-La es solo una fantasía?
—Bueno, para mí la palabra retiro está prohibida. La tengo agotada. Y mira que lo he intentado. Ya solo me queda despedirme a la francesa.

¿Usted seguirá cantando mientras todo se hunde?
—A mí, lo que me gustaría es bailar sobre mi tumba.