La escritora Sílvia Soler participa este domingo en la Setmana del Llibre de Palma, donde presentará su nueva novela, 'Estimada Gris' (Univers). | Grup Enciclopèdia

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Sílvia Soler (Figueres, 1961) escarba en las raíces familiares en su nueva novela, Estimada Gris (Univers), donde Gris, una mujer mexicana de 40 años, aprovecha un mal momento vital para viajar a la Cataluña que su abuelo tuvo que dejar atrás. La presentará este domingo, a las 18.00 horas, en La Misericòrdia, dentro de la Setamana del Llibre en Català.

La protagonista lamenta que su identidad no sea «clara y monolítica». Pero, ¿existe en realidad una identidad así?
—No, en absoluto. El viaje de Gris no solamente es físico, de México a Cataluña, sino de concepto mental. Ella parte de una idea que es la que defiende su hermana durante toda la novela: hay una identidad monolítica invariable. Pero es ella quien emprende el viaje impulsada ganas de cambio y acaba descubriendo lo evidente: que la identidad es múltiple, diversa e incluso elástica. Te puedes sentir de un lugar o de dos y eso puede cambiar a lo largo de la vida. La proporción que hay en nosotros varía. En mi caso, nací en el Empordà, de donde son todos mis antepasados, pero vivo en Barcelona con mi marido andaluz, que conocí en Mallorca. Así que evidentemente soy partidaria de la mezcla.

Es un discurso que, políticamente, es muy vigente...
—Sí, precisamente por eso tenía ganas de hablar del tema. Este es un país muy difícil, en el sentido de que por un lado tenemos esa faceta de acogida, de que nos gusta que la gente venga y se integre bien y el primer paso para eso es amar la lengua y así lo pedimos. Pero cuando los catalanes fueron a México, la gran mayoría adoptó el mexicano y dejaron el catalán para el ámbito familiar. Me apetecía remover todo eso, sacudirlo y mirarlo desde otro punto de vista.

Gris hace un exilio voluntario, si es que se puede llamar ‘exilio’, para volver a unas raíces que apenas conoce. ¿Cree que es una huida o una decisión valiente?
—No me gusta el verbo que usaré ahora porque está muy manido, pero lo que hace ella es reinventarse. Es verdad que no hace falta cruzar el océano para hacerlo, lo puedes hacer divinamente desde el sofá de tu casa. Creo que, aunque haya un punto de huida, es una opción valiente. Por otra parte, es cierto que ‘exilio’ es una palabra dura y relacionada con la política, que hace referencia a toda esa gente que tiene que marcharse de su país por guerras o hambruna. Sin embargo, en este exilio voluntario de ella también hay dolor, porque al fin y al cabo vas a vivir a un país que no es el tuyo y hay un proceso personal que está ahí.

Atreverse a escarbar en el pasado implica enfrentarse a una misma y a los fantasmas del pasado...
—Exacto, es algo que nos da miedo. Como dice Octavio Paz en la cita que pongo al principio de la novela, encontrar nuestras raíces es la mejor manera de tener alas. Estoy convencida de que cuando Gris encuentra sus raíces es cuando es libre por primera vez en su vida, aunque suene contradictorio. Ahora eso ha cambiado, apenas hay gente que viva donde lo hicieron todos sus antepasados o incluso que una pareja dure toda la vida. Todo es más volátil, para bien y para mal. Ella se da cuenta de que su abuelo era un hombre roto por el exilio y no prestó mucha atención a ello, como suele pasar con las personas mayores, hasta que puede que sea demasiado tarde...

Ha tenido que hacer un ejercicio de ver a los catalanes desde fuera. ¿Qué destacaría de ellos?
—Ha sido lo más interesante y difícil de esta novela y lo he podido hacer gracias a que tengo muchos amigos que viven en Cataluña y son de fuera. He hecho un gran esfuerzo por componer un puzle de todo aquello que damos tan por hecho que pasamos por alto. En este sentido, es una mirada amable y benévola con Cataluña. Destacaría que es un país muy diverso, que espero que continúe siendo así, y también muy creativo, que demuestra que tiene ganas de innovar y no solo desde el punto de vista gastronómico, de mezclar langosta con chocolate que, por cierto, era el plato preferido de Dalí. Por otra parte, es pesado y difícil ser catalán, una nación que todo el rato está siendo cuestionada dentro y fuera, defendiendo la lengua continuamente...

Cuando llega a Barcelona, por suerte o por desgracia, no tiene problemas con el catalán porque nadie lo habla.
—Somos un país que, por el hecho de no tener estado, somos más débiles en general. Lo sabemos y nos cuesta ir por el mundo de forma natural. Gris, a pesar de insistir en que entiende el catalán y lo quiere aprender, al ser morena y mexicana, la gente le habla todo el rato en castellano. Es algo que hacemos todos, yo misma cuando me relajo. Deberíamos entender que no solo es una señal de mala educación, sino que es una falta de respeto porque das por sentado que alguien no puede aprender el catalán.

Dalí, de hecho, articula la novela por esa «rondalla no confirmada» que cuenta.
—Efectivamente. Lo real es que mis abuelos maternos eran vecinos de los padres de Dalí. Mi abuela incluso trabajó con ella, que era modista de sombreros, y le obsequió con un chal al que Dalí, que ya dibujaba muy bien, pintó unas rosas. Mi abuela me contó que desapareció con el bombardeo de la Guerra Civil y nunca más se supo.

¿Los traumas se heredan?
—Estoy convencida de que sí y lo he comprobado en mi vida. Mis raíces están en el Empordà, pero nunca he llegado a vivir allí y, sin embargo, mi hermano y yo hemos heredado esa añoranza de mis padres o simpatía, como lo llama mi hermano. Cada uno lo vive a su manera y puede sacar sus propias conclusiones.