La soprano Ainhoa Arteta (Tolosa, Guipúzcoa, 1964). | Santiago Esteban

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Ainhoa Arteta (Tolosa, Guipúzcoa 1964) regresa de nuevo a la Isla con el Festival MallorcÒpera. Lo hará, otra vez, con el pianista Francesc Blanco, este sábado a las 20.00 en el Teatre Principal de Santanyí.

¿Qué tiene preparado?
Será un paseo por el repertorio español e hispano. Creo que hay que defender nuestro legado, pues tenemos un material grande y maravilloso. Llevo 35 años de recitalista y me lo conozco muy bien. Además, el recital es como un néctar, porque está compuesto de muchísimos micromundos, donde en cada canción entras y sales, cada una es distinta. Es un ejercicio intelectual muy importante tanto para el que lo interpreta como para el que lo escucha. Por otra parte, a raíz del coronavirus, que impedía repartir programas de mano, descubrí lo interesante que era explicar las obras yo misma, durante el recital. Aparte de contextualizar a cada compositor, también cuento algunas anécdotas, algo que el público agradece muchísimo. Tengo mucho sentido del humor y terminamos riéndonos todos mucho. Al final, estas cosas son necesarias para que no sea todo tan encorsetado, hay que conseguir que la gente no tenga miedo de estas propuestas.

Se ha subido a importantes escenarios de todo el mundo, como el Carnegie Hall de Nueva York o La Scala de Milán, pero este sábado actuará en un pequeño teatro de un pequeño pueblo de Mallorca ante 600 personas. ¿Cómo vive estos cambios de escenarios y de públicos?
La verdad es que lo que menos me importa es la cantidad de público y el escenario. De hecho, yo también soy de pueblito. Hace muchos años, cuando volví a España después de 17 años trabajando en Estados Unidos con el Metropolitan, me propuse no solamente cantar en las ciudades, sino también en pequeñas localidades. Yo misma he sufrido no poder ir a escuchar un concierto en Bilbao o San Sebastián, porque en aquella época no era tan fácil viajar hasta allí si vivías en Tolosa. Yo canto para todo el público y eso también implica ir hasta los pueblitos como Santanyí. Lo importante es lo que cantas y que creas en ello. La grandeza no reside en dónde, sino en el cómo. Al final, yo solo soy un vehículo que interpreta las obras de grandes compositores y poetas, pero es un placer y un deber también llevarlo por todas partes.

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Aunque seguramente, para el público, el gran atractivo es que sea usted quien interprete el repertorio. Su nombre ya es casi como una marca...
Eso tiene que ver con tantos años de trabajo. Además, crecí en la escuela americana que potencia mucho el márketing, algo por otra parte primordial para la carrera de cualquiera. Si no te conocen no vendrán a verte y eso lleva tiempo e incluye, por ejemplo, las entrevistas. Pero es que forma parte de nuestro trabajo, aunque algunos artistas no lo vean así. Para mí cantar es como respirar: si no canto en este auditorio o teatro, lo hago en mi casa.

Viene al MallorcÒpera pero no para interpretar una ópera. Ha interpretado multitud de títulos líricos, pero, como señala en su página web, nunca ha querido que la «encasillaran» en este arte. ¿Cuesta evitar ese encasillamiento?
Es algo normal, yo he hecho incursiones en el pop, por ejemplo, pero es verdad que es meterse en otro terreno, pero a mí sinceramente me da igual. Todo lo que hago lo hago porque me apetece y siempre intento hacerlo lo mejor posible. La voz es un instrumento voluble y soy polifacética. No sé si es fuerza de voluntad o cabezonería, pero es que toda la vida me ha tocado pelear porque al principio me veían como una rubia tonta. Tengo la conciencia muy tranquila, sé lo que he hecho y lo que no. La gente ya sabe que cuando me subo a un escenario es porque puedo con ello. Al principio de mi carrera me metían en roles que tenía que defender sin estar cómoda. Aprendí esa lección hace mucho.

Imagino que al principio tenía que decir más ‘sí’ que ‘no’.
Claro. Y un gran problema de la lírica es que los directores se fijan más en el físico que en la voz. Cuando gané el concurso del Metropolitan de Nueva York en 1993 me propusieron interpretar un papel que era imposible que lo hiciera una jovencita de veintitantos. Seguramente daba el perfil del papel porque era joven y mona, pero no era un rol adecuado para una voz ligera como la que tenía yo. En este mundo todo lleva su liturgia. La voz es un instrumento vivo, no puedes forzarlo porque se rompe y eso ocurre mucho hoy en día con los jóvenes. En estos días, Joan Sutherland o Montserrat Caballé no hubieran podido hacer carrera. Echaron a una colega mía en el Covent Garden por tener un peso excesivo. Hoy en día es muy difícil que haya carreras longevas. De mi época hay muy pocas. Venimos de la vieja escuela, que respeta mucho la voz. El otro día hacía esta comparación: la ópera antes era como los pequeños comercios, con agentes que tenían una cartera muy personalizada de artistas, ahora, sin embargo, se ha convertido en un centro comercial, como si las voces fueran reemplazables. Es una equivocación enorme.