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“Dime qué incentivos te influyen y te diré cómo obras”, de ahí la importancia creciente que va adquiriendo el diseño adecuado de los mismos, a la hora de establecer las principales líneas de acción de la política económica. Efectivamente, si nos adentramos a examinar incentivos, no cabe duda de que las leyes electorales juegan un papel crucial; pues los partidos políticos, como decía Disraeli, conforman la opinión organizada de un país, al identificar problemas, seleccionar a las élites dirigentes y agregar preferencias. Funciones todas ellas influidas por el sistema electoral.

El origen del nuestro se remonta a la época de la Transición, cuando se quisieron superar los graves problemas de fragmentación política acaecidos durante la II República con el fortalecimiento de las organizaciones partidistas, a través del uso de las listas cerradas y bloqueadas. Las listas cerradas, al concentrar en unos pocos dirigentes las funciones de los partidos, han contribuido a cohesionarlos, haciéndolos más homogéneos, disciplinados y coherentes; facilitando, de esta manera, la existencia de gobiernos estables y sólidos.Pero también han ayudado a distanciar a los electores de los elegidos, pues una parte importante de los cuadros intermedios son seleccionados en exclusiva por los líderes, sin vinculación alguna con los procesos electorales ni con el mérito. Por lo que, con demasiada frecuencia, diputados y representantes están más atentos al líder que a sus representados.

Un alejamiento mayor proviene del hecho de que las minorías organizadas -los lobbies- tienen capacidad para influir políticamente, sin necesidad de desarrollar argumentos que lleguen a todos, al serles suficiente con convencer a las cúpulas. Otro riesgo derivado de las listas cerradas es que ante la no coincidencia con la opinión oficial del partido, la situación acabe en escisión, pues la convivencia de diferentes corrientes ideológicas dentro de la misma organización no resulta sencilla, lo cual no contribuye al enriquecimiento de los debates.

Todo lo anterior ha aflorado con fuerza durante el transcurso de la crisis. En ocasiones, la organización política ha dificultado o impedido la realización de algunas de las reformas necesaria, auspiciando a percibirla como problema.

Por ello, una reforma electoral que vinculase más a los representantes con sus representados podría ayudar a mejorar la situación. Una combinación del actual sistema proporcional (listas) con el mayoritario (distritos) al estilo del “modelo alemán” generaría el cambio de los incentivos en los representantes políticos a la vez que mantendría las ventajas actuales.

Ahora que la crisis comienza a superarse, que este crucial debate se iniciase en Baleares confirmaría nuestra tradicional capacidad de iniciativa para seguir siendo un ejemplo en el resto del país.