El productor de aceite ciutadellenc Sam Moll, en el campo donde tiene plantados 1.400 olivos. | Gemma Andreu

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El aceite de oliva que se produce en Menorca está viviendo en estos últimos años un momento de auge gracias a diversas iniciativas comerciales que están conquistando el paladar de consumidor y restaurador. En el libro “Trulls i Tafones”, escrito por Adolf Sintes, miembro del Institut d’Estudis Menorquins, encontramos un verdadero manual de consulta imprescindible para todos aquellos que quieran saber alguna cosa del pasado y del presente sobre su producción en la isla.

En este sentido, hace dos años ya se contabilizaban quince o dieciséis explotaciones de una cierta entidad en el territorio y hace poco tiempo se ha constituido la Asociación Oli de Menorca, cuyo presidente es Sam Moll. Con la creación de la marca S’Olivaret hace un año, Moll ha conseguido situar su producto en el sector de tiendas delicatessen de Menorca, con una producción de 1.500 litros de aceite de oliva virgen extra de la variedad arbequina.

HERENCIA. Cuando Sam Moll heredó seis hectáreas de terreno en Ciutadella hace nueve años decidió sembrar 1.400 olivos, ya que no le apetecía continuar con el cereal que hasta el momento se cultivaba. Un arquitecto mallorquín le había enseñado el camino de la producción que tenía en su finca, y él quedó convencido de que tenía que hacer lo mismo en Menorca.

“La primera cosecha fue testimonial y me llevé las aceitunas a Caimari, una zona especialmente conocida por su aceite de oliva, para que me las pudieran prensar y así obtener la primera remesa”, explica Moll. “Con el paso del tiempo descubrí que lo más esencial era saber escoger el momento preciso para la recolección de la aceituna y, por otro lado, tener la posibilidad de hacer el aceite a pie de finca para producir nada más haber recolectado”, añade. Hace dos años adquirió una almazara de segunda mano que le brindó un productor mallorquín y fue entonces cuando pudo seguir adelante con su propósito. En paralelo decidió trabajar en el diseño de la marca S’Olivaret e iniciar el proceso de patentes.

En julio del año pasado consiguió producir 1.500 litros de su aceite de oliva arbequina, que supuso lanzar al mercado 350 botellas, que distribuyó a través de las tiendas gourmet de El Paladar y Destilerías Xoriguer, además de tener presencia en distintas ferias gastronómicas.

“Es un aceite bastante fino, muy agradable y afrutado. Tengo que decir que el sector de la restauración también ha sido un gran prescriptor porque está muy convencido del producto propio”, detalla. “Pese a que he enfocado el producto a tienda gourmet, también estamos vendiendo a través de cooperativas como San Crispín o la Cooperativa del Camp. He tenido encargos curiosos, como un pakistaní que se llevó 8 botellas a su país en la maleta o una señora de París que quiso que le mandara 12 botellas y le costó más el envío que el aceite. Y curiosamente, en diciembre mandé botellas a una empresa de Sevilla que lo quiso dar como lote navideño”.

Sam Moll es también gerente de una empresa de distribución de agua potable y lo compagina con su nueva profesión de productor de aceite. Considera que la producción de aceite tiene un gran futuro en la isla. “Menorca tiene un potencial de 15.000 árboles plantados y, estoy convencido, situarán en un breve espacio de tiempo nuestro aceite en el mapa. Puede convertirse quizás en una pequeño sector industrial productivo, como lo está siendo el el vino actualmente. Se trata de un sector muy competitivo donde la gran distribución ha provocado una enorme confusión al consumidor con el aceite de oliva virgen extra, el aceite de oliva virgen y el aceite de oliva a secas, que no tienen nada que ver. Todo aceite que pasa de 2 grados se refina con aceites de oliva virgen extra y sale un aceite refinado que ha perdido toda su esencia. El color, por ejemplo, no es ningún indicador de calidad, como muchos piensan”, concluye.