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La semana pasada, en plena crisis para el mercado automovilístico europeo desatada por el escándalo de Volskwagen, la matriz de Ferrari (Fiat Chrysler Automobiles) y propietaria del 90% de la misma (el resto sigue en manos de la familia fundadora) sacó a bolsa el 10% de la compañía.

Se trata de una empresa diferente a la mayoría, por una parte por vender artículos de gran lujo, pero por otra porque estos artículos son exclusivos no solo por su precio sino por la limitación existente para comprarlos. Para este año se espera que únicamente vendan poco más de 7.000 unidades, desde luego no es una barrera productiva ni por la falta de demanda el motivo por el que no fabrican más.

Adicionalmente, se trata de una compañía con una participación en el deporte de élite relevante, algo que además utilizan como principal fuente de marketing, participando en varias competiciones de motor, cuyo máximo exponente es la Scuderia Ferrari, de la que hablan vanagloriándose de sus éxitos en el folleto de OPV (Oferta Pública de Venta) colgado en la web de la SEC (el equivalente en EEUU de la Comisión Nacional del Mercado de Valores).

Esta combinación de empresa automovilística, de lujo, exclusiva, de competición, incluso de marca de culto (hay inversores que compran acciones declarándose "ferraristas") se manifiesta en las recomendaciones de las casas de análisis, algunas de las cuales consideran que el precio de salida (52 dólares) era desorbitado, nivel algo inferior al actual (cierre de día 27) tras un inicio espectacular que lo llevó en apertura a cotizar por encima de los 60 dólares.

Si siempre es complejo plantear una estrategia con una empresa nueva, al faltar soportes y resistencias, la casuística de esta lo complica más: lo único que se puede decir es que, en caso de comprar, se marque el límite de pérdidas muy claro, teniendo en cuenta además que la cotización es en dólares (rentabilidad/riesgo añadido).