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Asistimos el pasado mes de junio a la formalización de una decisión que es de las más trascendentales para asegurar la sostenibilidad y éxito de una compañía. Se trataba del acuerdo de sucesión por el que, aceptando la renuncia del señor Escarrer Juliá a la presidencia del grupo, ésta pasaba a su hijo Gabriel Escarrer Jaume. Como saben y es público, el Sr. Escarrer mantiene su cargo en el Consejo como presidente de honor. Se abre así una nueva etapa en una compañía que ya ha cumplido más de sesenta años.

Los abogados estamos sometidos a un deber de confidencialidad, y ya saben: lo que podemos contar, no interesa a nadie, y lo que no podemos contar, interesa a todo el mundo. Pero en este caso, y dentro de ese deber de reserva, no puedo resistirme a escribir unas pocas líneas como pequeño homenaje a figura tan importante del turismo, no solo nacional, sino internacional.

He tenido, como directivo del Grupo Meliá, el honor de compartir con el hasta junio presidente, infinitas horas de intercambios, propuestas, debates y decisiones. Son miles las anécdotas en la forma y modo que el Sr. Escarrer se ha relacionado con los abogados de la Compañía, pero destacaría dos por encima de todas.

La primera es que, si él o yo no estábamos de viaje, sabía que todos los martes, entre las 9.30 y las 10.00 de la mañana, se iba a producir su llamada que siempre abría con un «Pardo, ¿qué buenas noticias tiene que contarme?». Creo que se imaginan el tinte de ironía que esa pregunta podría tener dirigida a quien (también hasta hace pocas fechas) era el máximo responsable del área Jurídica del grupo; sobre todo cuando él era plenamente consciente de que no siempre iban a ser buenas noticias el objeto de intercambio. Esas rápidas conversaciones (apenas duraban media hora) eran una sucesión de preguntas y respuestas, seguidas de orientaciones o guías por su parte que valían su peso en oro. Y a la semana siguiente, otra vuelta. La constancia, persistencia, conocimiento y detalle en el seguimiento de los temas, es el ideal de cualquier abogado interno.

La segunda tiene que ver sobre su forma de decidir ante situaciones complejas. Cuando se planteaba una cuestión así, siempre he sabido que había que acudir con tres alternativas diferentes. Y siempre he sido consciente de que, tras examinar exhaustivamente con él cada línea de actuación, iba a salir de ese encuentro con una cuarta propuesta que era fruto de tomar algo de la primera, una pizca de la segunda y tercera y el toque personal que se encargaba de dar. Con ese plan de acción bajo el brazo, uno salía reforzado con su respaldo. Y si me ha visto dudar ante ese nuevo planteamiento (que en Derecho, rara vez dos más dos suman cuatro, y cuando a uno le trastean la fórmula, más incertidumbre hay en el resultado), un simple «Pardo, bajo mi responsabilidad» ha servido para salir de su despacho como Moisés bajando del Sinaí con las Tablas de la Ley.

Todos estos años he tenido el privilegio de asistir a una personalidad que rezuma, respira y vive el turismo en todos sus campos y, especialmente, en la operación hotelera. Entrado ya en sus ochenta, debate y persigue decisiones y acuerdos para los veinte, treinta o cincuenta años por venir, que aborda solo pensando en el éxito del grupo. Siempre me ha asombrado la absoluta simbiosis entre él y la compañía; nunca he sabido a ciencia cierta dónde empezaban y acababan el uno o la otra. Es una de esas figuras que cuando la crearon, rompieron el molde. Un irrepetible.