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Tal vez haya tenido poca resonancia en el continente la propuesta llevada a cabo desde la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), en orden a que Yugoslavia «regrese» a Europa trás ocho años de exclusión. Recordemos que el país quedó excluido como tal en 1992, a raíz de la guerra de Bosnia. La invitación se produce tras la victoria electoral del nuevo presidente, Vojislav Kostunica y, obviamente, tiene el carácter de un espaldarazo en ese camino hacia la democratización -de ahí su importancia- emprendido por el país balcánico. En este sentido, la iniciativa europea es de toda justicia, amén de resultar políticamente conveniente ya que la pertenencia de Yugoslavia a Europa, de pleno derecho, contribuiría a hacer las cosas más sencillas con vistas a la resolución de futuros conflictos. Pero todo ello no significa que no existan dificultades para esa, insistimos, justa y conveniente, aproximación. Pensemos, por ejemplo, que la actual Yugoslavia se reduce a Serbia y Montenegro; y en cierta forma no se puede considerar sucesora de la antigua, que agrupaba a las seis repúblicas escindidas en la década de los 90. Por otra parte, las tensiones políticas internas que hoy se viven en la Yugoslavia de Kostunica -y que todo hay que decirlo, está afrontando con serenidad y buen juicio- tampoco contribuyen a simplificar la cuestión. La indeseable presencia de Milosevic en escena y el peso político que aún tiene, gravitan sobre un proceso inevitablemente complejo. Existen, pues, serias dificultades. No obstante, creemos que para Europa la «recuperación» de Yugoslavia constituye casi un deber moral. No olvidemos que la torpe política de determinados países europeos contribuyó no poco al desmembramiento de la antigua Yugoslavia y a los conflictos que ello generó. Hubo, por parte de ciertas naciones -esencialmente Alemania y Francia- un excesivo apresuramiento a la hora de reconocer a las pequeñas repúblicas emergentes que, como la experiencia se encargó de demostrar, perjudicaron el diálogo y la estabilidad. Hora es de enmendar pasados errores y tender lealmente la mano a una Yugoslavia necesitada de apoyo, dejando atrás mezquinos criterios.