El castellet constituye uno de los monumentos emblemáticos del Rosselló.

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Desde hace unas semanas, una nueva línea marítima, a cargo de la naviera Medmar, une los puertos de Palma y Sète, en el Sur de Francia. Una ruta que rememora los lazos históricos exitentes entre las tierras del antiguo Regne de Mallorca. La memoria de cuyos dominios se ha preservado inalterada en los antiguos territorios del Rosselló y Montpeller, en el Sur de Francia, donde entre los siglos XIII y XIV tuvo su corte en la ciudad de Perpinyà. Allí, en torno al Palau del Reis de Mallorca, una joya de la arquitectura gótica civil, levantada por Jaume II en 1276 en forma de gran fortaleza amurallada y dominando la villa, todas las calles recuerdan su legado histórico.

Un rico patrimonio preservado a lo largo del tiempo y presente en todo el centro urbano a partir de su edificio más emblemático, eCastillet, erigido por el rey Sanxo a modo de puerta de la ciudad en ladrillo rojo y coronado desde entonces sobre sus almenas y matacanes, por la Senyera. Un edificio que alberga hoy día la Casa Pairal o Museu Català d' Arts i tradicions populars. A escasa distancia se levanta la Llotja de Mar, auténtico corazón de la urbe, construida en 1397 en estilo gótico como bolsa de mercaderes y Consolat de la Mar. En la misma plaza se halla el antiguo palacio de la Diputación, de 1488 y el ayuntamiento, edificado entre los siglos XIII y XV.

En el laberinto de callejuelas que forma la ciudad vieja, aparece la vetusta mole de la catedral de Saint Jean/Sant Joan, que acoge la capilla de Notre Dame dels Correchs, que es el más antiguo elemento religioso de Perpinyà. A poca distancia observamos la iglesia de la Real, que junto a la mas célebre de Carmes tambien data de la epoca mallorquina, al ser edificada en el siglo XIV.

Volviendo al monumento por excelencia del pasado mallorquín, el Palau dels Reis de Mallorca, destaca en el conjunto arquitectónico su iglesia que superpone dos capillas, la de Santa Magdalena y la de Santa Creu, reservada ésta a los soberanos. Los aposentos de la realeza mallorquina se distribuian en dos alas, norte y sur, ubicadas en el primer piso o planta noble y repartidas entre el rey y la reina. A las estancias, abiertas al exterior por característicos ventanales de «coronelles» enrejadas, se accede a través de una mayestática galería, jalonada por una arcada ojival. Las recepciones oficiales se celebraban en la contigua Sala de Mallorca, de sobria grandeza. En torno a la fortaleza se abre un impresionante conjunto de murallas, bastiones y fosos consolidados más tarde por el ingeniero militar francés Vauban. Todas las calles aledañas conservan en sus placas los nombres rotulados en catalán, destacando las de Jaume I, dels Reis de Mallorca y del Castell.

Tambien Montpeller, una activa y bulliciosa ciudad del Languedoc, ligada al Regne de Mallorca, posee su menor Palau Reial y conserva las puertas de la antigua muralla junto a la catedral de Saint Pierre/Sant Pere que asimismo data del siglo XIV. Recuerdos que permanecen intactos asimismo en Colliure, villa marinera cuya belleza inspiró a Picasso y Matisse entre otros grandes maestros de la pintura y donde se alza majestuosa la residencia de verano de los monarcas mallorquines, ubicada en un vetusto castillo que fue de los Templarios. En su pequeño puerto amarra ahora una flotilla de tradicionales llaüts de pesca, construidos siguiendo las mismas técnicas artesanales de los Mestres d'Aixa de Balears. Vestigios de un brillante pasado medieval, que nos transporta al tiempo en que Mallorca se erigía en reino independiente, dividido entre sus tierras continentales e insulares.

Gabriel Alomar
(texto y foto)