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El suyo fue uno de los pontificados más longevos y carismáticos de la historia del Obispado de Mallorca; se prolongó durante treinta años, entre abril de 1973 y el 18 de mayo de 2003, cuando Teodor Úbeda Gramage falleció de manera repentina. Contaba con 72 años.

Originario de la localidad levantina de Ontinyent, Úbeda –don Teodor– sigue siendo un referente para la Iglesia mallorquina. Diez años después de su muerte, las referencias a su personalidad son constantes. No hay conversación referida a la situación del clero en la que no se le aluda, y casi siempre de manera favorable. Mañana, en la Seu, a las 9, el obispo Javier Salinas oficiará, junto con el Cabildo, una misa conventual en su memoria.

Conectado con Mallorca

Uno de sus más directos colaboradores en Mallorca fue el canónigo Joan Bestard, del que fue su vicario general durante 13 años. «Fue un pastor inquieto, inteligente, dialogante y próximo en el que el hilo conductor de su pontificado fue el espíritu del Concilio Vaticano II», recuerda.

Durante estas tres décadas logró conocer a la perfección la sociedad mallorquina, con la que mantenía una perfecta sintonía. Aunque políticamente evitó siempre significarse, sí dejó clara su opinión en los temás más candentes a través de las pastorales que junto con los obispo de Menorca y Eivissa firmó en 1990 y 1994 tituladas Ecología y turismo y Solidaridad ante la crisis económica, respectivamente. Ambas de una indudable visión progresista. Su posición en favor de la lengua catalana también era inequívoca.

Su aportación al mundo del arte fue si duda la cesión a Miquel Barceló de la Capella del Santíssim en la Seu, un gesto con el que quizá quiso reparar el error del veto de sus antecesores a la entrada de Joan Miró en el templo. Su labor diocesana también fue ingente: La Sapiència, Delegación Diocesana de Acción Social, Hospital de Nit, Projecte Home, Justícia i Pau... iniciativas que, de un modo u otro, Úbeda impulsó. Con él también se extendió la labor misionera en el Perú y Burundi.

En las distancias cortas, Joan Bestard admite que «era un hombre al que le gustaba mucho la fiesta y siempre recordaba con orgullo que él era jefe de una cuadrilla de moros en Ontinyent». Su sonrisa dulcificaba el imponente aspecto que garantizaban sus pobladas cejas y que acompañaba con un carácter afable. El Ajuntament de Palma y la Comunitat Autònoma le distinguieron con sus respectivas medallas de oro.

Las dificultades

«Sufrió mucho con los problemas que le ocasionó la gestión como albacea testamentario de una millonaria de Estepona», señala Bestard, el cual minimiza el impacto de otras polémicas –como la entrada de la Policía Armada en la iglesia de San Miguel o las críticas del entonces sacerdote Jaume Santandreu–, «siempre se esforzó por conocer Mallorca, tenía un sentido muy agudo de la realidad y sin ser un gran intelectual hacía gala de una enorme intuición».