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«Estaba visitando una exposición en el CaixaForum de Madrid y sonó el teléfono móvil. Salí a la calle y me pasaron la llamada. No lo olvidaré nunca, era terrible escuchar el tableteo de las ametralladoras y cómo estaban cayendo mis hombres». Este es el relato que, diez años después, realiza el que entonces era director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Jorge Dezcallar, sobre el ataque que un grupo armado llevó a cabo contra los dos vehículos que ocupaban ocho agentes del Centro en Irak. De todos ellos sólo uno logró salir ileso, José Manuel Sánchez Riera. Fue el 29 de noviembre de 2003.

Todavía con un punto de emoción, Dezcallar –que con posterioridad ocupó el cargo de embajador en Estados Unidos– recuerda que «estoy convencido de que se trató de una emboscada y es probable que los atacantes pensasen que eran americanos, en el combate se dirigían a ellos en inglés. De lo que estoy convencido es de que nos estaban esperando», apunta el diplomático mallorquín el cual se refiere que «nuestros agentes tenían una clara inferioridad de fuego respecto a los atacantes. Los conocía bien puesto que sólo unos días antes había estado con todos ellos, no cabe duda de que murieron en un acto de servicio a España».

Dezcallar precisa que «no es cierto que hubiera una relación entre Sadam Hussein y Al Qaeda, estos últimos, precisamente, querían su derrocamiento por considerarlo un impío y traidor del Islam». A pesar de que el CNI nunca pudo comprobar la existencia de armas de destrucción masiva, como denunciaba el presdiente americano George Bush, lo cierto es que el Gobierno que presidía José María Aznar decidió la entrada de España en el conflicto que, al final, desencadenó probablemente el ataque a los espías españoles.

Los dos vehículos que ocupaban los agentes del CNI se trasladaban desde Bagdag a Latifiya, una vía concurridísima que el grupo aprovechó para realizar un ataque por sorpresa.

Desde otros vehículos y con ametralladoras kalashnikov uno a uno los agentes del CNI, que realizaron diversas llamadar a Madrid solicitando refuerzos para repeler la agresión, sólo uno de ellos, José Manuel Sánchez Riera, entonces sargento del Ejército, logró salvarse gracias a la intervención de una autoridad local, que se le acercó y le besó, gesto que la turba que se acercaba paral lincharle interpretó como un gesto de amistad. Fue el único de ‘sus’ hombres que se salvó en aquella trágica tarde.