Momento de la presentación del libro para conmemorar los 40 años del PSM. | Joan Torres

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Muchas canas y mucha juventud dejaron a rebosar el sótano de la librería Drac Màgic en la presentación del libro y el documental «La llavor que germina», que homenajean el cuarenta aniversario de la fundación del PSM, una organización creada en febrero de 1976, con Franco aún calentito en el Valle de los Caídos, cuando los partidos eran ilegales y cuando la izquierda comenzaba a tomar la calle en pleno empuje para recobrar las libertades perdidas con el inicio de la guerra civil. Al PSM llegaron gentes de distinta procedencia política.

Venían de Bandera Roja, un grupo clandestino que se había incorporado al PCE, donde no acabó de cuajar, o también del PSP de Tierno Galván. También llegaron militantes del independentista PSAN y otros, a menudo muy jóvenes, que se estrenaban en política entre protestas callejeras y exhibición de banderas rojas y cuatribarradas.

La comunión de históricos y jóvenes era patente en la librería. El PSM atraviesa ahora por horas dulces. Allí estaban el vicepresident Barceló y el president Ensenyat, con muletas, convaleciente de su reciente operación de rodilla. Dentro de Més tienen un buen puñado de diputados, consellers, altos cargos y, dentro de unos meses, tendrán a Antoni Noguera como alcalde de Palma. Su actual fuerza viene de la mano de la gran recuperación que experimentaron en las elecciones del 2015 tras la gran movilización ciudadana dos años antes contra la política trilingüista de Bauzá.

Pero el orgullo pesemero de Drac Màgic miraba este jueves mucho más atrás, hacia las batallas ecologistas de finales de los setenta y de toda la década de los ochenta, que forzó a Gabriel Cañellas a sacar adelante la LLei d'Espais Naturals en los noventa. El distintivo ecologista se respiraba en el ambiente. «Mallorca, sin nosotros, sería ahora muy diferente. Habría hormigón por todas partes, sobre todo en los lugares más emblemáticos», se comentaba en Drac Màgic. Otro de los orgullos es la resistencia de la lengua catalana. Bel Busquets dijo sin contener su emoción que «el ochenta por ciento de los alumnos eligen hacer en catalán el examen de Selectividad», recordando que es el mismo porcentaje en que los padres piden que sea la lengua vehicular de sus hijos pequeños. «Mallorca no sería igual sin nosotros, sin nuestros cuarenta años de lucha», afirmó Busquets.

Cuando nació el PSM, el catalán estaba proscrito de la administración pública, de las escuelas y corría el riesgo de desaparecer su uso social entre las élites dirigentes de entonces, que en buena parte hablaban en castellano a sus hijos. A su vez, Mallorca vivía un fenómeno conocido en el extranjero como «la balearización», entendido como la explotación urbanística descontrolada y casi sin planificación de sus zonas costeras más preciadas, especialmente las más próximas a la capital y al aeropuerto, como la Playa de Palma o Magalluf.

El orgullo pesemero se centra en que este tipo de procesos primero se contuvo, luego se frenó y finalmente se convirtió en pesadilla del pasado. Miran hacia el futuro satisfechos de las conquistas del pasado.