Miquel Ensenyat. | Redacción Digital

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El Ministerio de Fomento ha accedido, gustoso, a cambiarle el nombre al aeropuerto de Lavacolla (Santiago de Compostela). Adoptará el de Rosalía de Castro, la poeta gallega universal. La satisfacción es general en Galicia. No hay ni rencores políticos, ni celos, ni zancadillas. Todos acceden a este cambio, que honra al conjunto de los gallegos, comenzando por sus autoridades culturales.

Pero Mallorca es Mallorca. Aquí cualquier iniciativa que tenga lucidez, intención y visión de futuro es inmediatamente arrojada al pozo de las púas de la envidia por los que se ponen histéricos cuando el que destaca es el prójimo.

El presidente del Consell, Miquel Ensenyat, tuvo la idea de cambiarle el nombre a Son Sant Joan y ponerle el de Ramon Llull, aprovechando el año de su centenario y observando que su figura y obra une a todos los isleños, que bien merecen que su más universal y ejemplarizante mente tenga una mucho mayor proyección internacional.

Además, el cambio de nombre es un primer paso. Constituye una manera hábil de que las instituciones baleares comiencen a tener alguna influencia en el aeropuerto, hasta ahora es un sabroso coto privado de Madrid. Fomento no puede negarse al cambio de nomenclatura «si hay consenso». Eso es lo que dice el Ministerio. El problema es que este consenso no existe. El infantilismo de evitar que Ensenyat se cuelgue la medalla de ser el autor de la idea pesa más que este logro que va mucho más allá de una cuestión simbólica o semántica. Es hacer más grande al más enorme de los mallorquines.

Este jueves se conmemora en Son Sant Joan el centenario del vuelo de Hedilla, con su famoso salto desde la Península a la isla. Está previsto que Miquel Ensenyat hable. De momento no se sabe si hará referencia al Aeroport Ramon Llull, pero es muy probable que aproveche la oportunidad, aunque incidir en su propuesta vuelva a caer en saco roto, vuelva deslizarse por la agujereada tela de los celos irreprimibles.

¿Por qué resulta imposible alcanzar el acuerdo para conquistar este cambio de nombre? El PP no se ha puesto en contra. Al contrario de ello, la delegada Maria Salom se ha mostrado abierta a hacerlo posible desde el primer momento. Salom es, ante todo, una mallorquina de los pies a la cabeza. Los celos vienen de otro lado, de aquella parte del Passeig Sagrera donde hay cañones, del Govern balear. Duele, pero es así.

Si la presidenta Armengol y el vicepresident Barceló hubieran agarrado con entusiasmo el palo de la bandera del cambio de nombre desde el primer momento, elogiando la idea y el empuje de Ensenyat al proponerlo, el Aeroport Ramon Llull sería pronto una realidad. Se obraría el milagro. Hasta Hila se sumaría al viento del consenso.

Pero optaron por la pasividad. No han hecho nada en contra, es cierto. Su actitud ha sido mucho más sutil, infinitamente más letal: simplemente no han movido un dedo, dejando que la idea se evapore en el olvido. Uno de los dramas de esta autonomía es el juego pueril del medalleo de patio de colegio. Quien no se puede poner la condecoración hace lo imposible (sin que se note) para que otro no lo consiga. Así ha sido siempre y otra vez se demuestra ahora. Si Ramon Llull resucitase, lo comprendería perfectamente. Lo que pasa ahora es el reflejo de las envidias que el sabio sufrió en su época.

Somos la tierra de la hierba segada bajo los pies, del goce de chupete y dodotis fastidiando al de al lado y, en consecuencia, y como patética consecuencia ineluctable, de la babosa genuflexión ante la metrópoli.

El resultado práctico de esta visión jivarizadora de la realidad es que Madrid trinca cada año 200 millones limpios de Son Sant Joan, que jamás regresan. Probablemente un piquito de este dinero lo destinará Fomento a pagar los gastos del cambio de nombre del deficitario pero orgulloso aeropuerto Rosalía de Castro.

La envidia y los celos son los males crónicos de los pueblos débiles, de los incapaces de superar la fase de la niñez colectiva, iluminados por el poderío paternal madrileño. Y lo que pasa con el aeropuerto es aplicable al conjunto de nuestras instituciones, pésimamente financiadas y en ocasiones semi inoperantes. ¡Pero eso sí! despiertas y peleonas a la hora de protagonizar dibujos animados persiguiendo a Xelo y Montse como si fuesen Tom y Jerry.

El inmenso Ramon Llull, todo inteligencia y todo humanismo, era el contrapunto sereno y sabio a este jardín de infancia nuestro, donde las zancadillas de la inmadurez impiden que el más grande mallorquín dé su nombre a la principal infraestructura del Archipiélago.