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Sebastià Ordines nunca se ha planteado otra opción que no esté vinculada al campo, algo que ha vivido desde siempre al ver trabajar a sus padres y abuelos. Su familia le animó a estudiar una carrera universitaria y eligió Ingeniería Agraria. Su principal fuente de ingresos es la elaboración de vinos en la bodega que su familia abrió hace siete años. Sobre la viticultura, afirma que es un segmento que «ha evolucionado mucho en poco tiempo y para bien», porque se ha apostado por la calidad. De hecho, considera que el entorno del vino «ha dado prestigio al oficio de pagès».

No obstante, considera que es complicado vivir exclusivamente del campo por varios motivos. El primero es la dificultad del acceso a la tierra, fruto de la especulación urbanística, y en segundo lugar por los elevados costes de la producción, que suben cada año mientras que el precio del producto final se mantiene, con lo que «se tiene que trabajar y producir más para obtener los mismos resultados», opina Ordines.

En lo referente a las subvenciones para jóvenes agricultores, considera que son «esenciales» y que si bien «nadie se hace pagès por las ayudas, sí que hay quien se lanza gracias a que las puede obtener». En este sentido, también apunta que «nos tenemos que meter en la cabeza que las explotaciones agrícolas son empresas, y como tales requieren un elevado volumen de papeleo». Otra de las dificultades que presenta el sector primario en Baleares es la insularidad y el sobre coste que implica.

Por otra parte, Ordines reclama que se destine un porcentaje más alto del impuesto turístico a las ayudas para el desarrollo de la agricultura y la ganadería, puesto que «los pagesos ocupan el 70 % del territorio» y sería «de justicia» que se incrementaran las partidas para el mantenimiento del entorno. «Muchos turistas vienen para ver el paisaje y el entorno», matiza.

Finalmente explica que para rentabilizar el campo resultaría interesante «implicar» a los hoteleros para que compraran productos locales.

Más horas

Carlos Tugores tiene 38 años y era electricista hasta que, siete años atrás, lo dejó todo para dedicarse a tiempo completo a lo que antes sólo era su afición: el campo. «Me di cuenta de que podía vivir de ello pese a tener que trabajar mucho más y de tenerle que meter más horas. Ahora trabajo muchos domingos sin mirar el reloj, pero es lo que me gusta» asegura. Era un oficio, el de pagès, que siempre había ejercido en su tiempo libre y cuando surgió la posibilidad de llevar varias fincas no lo dudó.

Tugores desarrolla sus labores en Sóller, un lugar en el que «no se puede utilizar mucha maquinaria» y que obliga a desarrollar gran parte del trabajo de forma manual, a la antigua usanza, hecho que deriva en un encarecimiento del producto. En lo referente a las ayudas que otorga la Conselleria para los jóvenes agricultores, explica que ya ha dejado de percibirlas, aunque en el pasado sí accedió a las subvenciones en diversas ocasiones. «Piden demasiada documentación y eso nos obliga a perder mucho tiempo en papeleo», opina Tugores.

Respecto a la comercialización del producto, explica que la mayor parte lo lleva a la cooperativa local, donde transforma la aceituna en aceite y preparan olivas de mesa. También vende naranjas y limones a una fábrica de mermeladas. Para él, uno de los principales problemas de los cítricos locales pasa por su comercialización, ya que muchas veces resulta más económico comprar producto de fuera que el autóctono. En este sentido reivindica la necesidad de poner en valor las marcas locales.

El futuro

Agricultura 4.0. Este es el concepto que tiene grabado a fuego Pere Antoni Company, un ingeniero agrónomo de 23 años de Maria de la Salut que vive para y por el campo desde su infancia. «Son valores que me ha inculcado la familia desde siempre. Nunca me planteé dedicarme a otra cosa», afirma este joven agricultor que apuesta por las nuevas tecnologías.

Tiene a su cargo una explotación grande. Concretamente 70 quarterades de cereales y una ganadería de más de cien cerdos mallorquines que engorda para hacer embutidos en la fábrica familiar de Can Company.

A la pregunta de si se puede vivir del campo responde con contundencia: «Sí, siempre y cuando nos renovemos», es decir, que para él, el presente y futuro del sector pasa por aumentar la productividad aprovechando tecnología innovadora. «Necesitamos sostenibilidad económica, social, medioambiental y optimizar los recursos humanos», explica, por lo que utiliza tractores de última generación que funcionan con tabletas digitales y GPS. «Ya sembramos, abonamos y regamos con mapas que confeccionan los ordenadores. La robótica aporta una gran facilidad a las tareas agrarias», manifiesta este joven que se está planteando la compra de drones para mejorar aún más su explotación. Este modelo productivo ya le ha permitido reducir en un 15 % los costes, hecho que le aporta competitividad.

El principal problema es la compra de todo este equipamiento, que es muy caro. Por ello apuesta por las subvenciones y ayudas, aunque se queja de que «en ocasiones tardan en llegar».