Ramon Cavaller fue de los que tuvieron el valor, en plena época franquista, de lanzarse a recorrer mundo no por una necesidad económica, sino por la necesidad de respirar libertad.

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Ramon Cavaller (Ciutadella, 1939) ha llevado una vida que se puede calificar de muchas maneras menos de anodina. Fue de los que tuvieron el valor, en plena época franquista, de lanzarse a recorrer mundo no por una necesidad económica, sino por la necesidad de respirar libertad. Residente en Mallorca, no deja de visitar su Menorca natal y Suecia, donde vivió muchos años enseñando catalán y diseñando escenografías.

Llegó a Mallorca muy joven para ser empleado de banca.

—Sí, en Menorca no tenía empleo y en 1958 tuve la oportunidad de venir a Mallorca para trabajar en el Banco Exterior. Enseguida contacté con Francesc de Borja Moll, ciutadellenc como yo, quien me ofreció ilustrar seis tomos de las Rondalles.

Y empezó a cultivar sus inquietudes culturales.

—Sí, la verdad es que el trabajo en el banco no me gustaba nada. Seguí trabajando allí, pero me sentía pintor y estudié cinco años con Ramon Nadal e hice cursos en el Círculo de Bellas Artes. También iba a cursos de catalán con Moll y el escritor Jaume Vidal Alcover presentó mi primera exposición en la Galería Minorica, en Jaume III, en 1963. Esa exposición me fue muy bien, vendí cuadros y ya había gente que me decía que dejara el banco y me dedicara a pintar. Así lo hice y me fui a Suecia, donde tenía contactos y había compradores de mis cuadros.

A la aventura y dejando la seguridad del banco.

—Sí, el banco me había dado de comer, pero tenía otro gran capital: la juventud. La situación aquí, con el franquismo, era muy dura, muy gris. Y tuve el impulso de conocer mundo y pasármelo bien.

¿Cómo era Suecia en 1963?

—Un país muy avanzado donde se respiraba libertad y una gran vida cultural. Los inicios fueron duros, tal como esperaba, pero pronto me encontré muy bien allí. Cada día me iba a pintar al Museo de Historia y me ganaba bien la vida con mis cuadros.

Pero no se detuvo en Suecia.

—No. En los años siguientes me moví entre Suecia y Baleares, pero en 1968 expuse en Nueva York y en 1969, en Roma.

No obstante, tenía otra pasión: la lengua catalana.

—Sí. En 1974, el Estudi General Lul·lià me entregó el diploma de profesor de catalán y al año siguiente empecé a dar clases de catalán en Suecia.

¿Cómo era dar clases de catalán en el sistema educativo sueco, cuando en el español estaba prohibido?

—Todos los alumnos inmigrantes de Suecia reciben clases de su lengua materna. Se dan más de 50 lenguas. Yo daba clases a hijos de inmigrantes catalanoparlantes, de Catalunya y Baleares, pero también a suecos interesados. Y las clases de lengua materna no son ninguna tontería. Son asignaturas con notas que cuentan para entrar en la universidad.

¿Cuántos alumnos tenía?

—De catalán como lengua materna tuve un máximo de 9 alumnos y para suecos interesados, entre 10 y 15, según los cursos.

Una mentalidad muy diferente.

—Diferente entonces y diferente ahora. España no fomenta el conocimiento de las lenguas del Estado que no son el castellano. En Madrid, no tienes ninguna oferta educativa oficial de catalán. Simplemente, no existe. En Suecia, además de recibir clases de tu lengua materna, puedes ver las noticias o series de televisión en lapón, danés o finlandés. Allí se aprovechan los conocimientos de los inmigrantes. Aquí todavía estamos con debates que cuestionan la unidad de la lengua catalana. Son debates fomentados con toda la intención. En definitiva, se fomenta la ignorancia y no el conocimiento. Los pueblos catalanoparlantes somos diferentes entre nosotros, pero nos unifica la lengua.

Inició una larga trayectoria como profesor de lengua.

—Sí. También di cursillos de catalán para extranjeros en el Estudi General Lul·lià e impartí clases en la Universitat Catalana d’Estiu en Prada de Conflent y en el Col·legi La Porciúncula, aquí en Mallorca. Ya en los años 90, también impartí cursos de catalán para extranjeros con el patrocinio del Majorca Daily Bulletin y para los alumnos de la Escuela Sueca de Mallorca, entre otras muchas actividades docentes.

No podemos olvidar su actividad como escenógrafo.

—Cursé estudios de escenografía en el Instituto Dramático de Estocolomo entre 1975 y 1978. Desde 1979 hasta 1988 trabajé en Suecia en óperas conocidas de compositores como Carl Orff, Serguéi Prokofiev, Benjamin Britten, Pietro Mascagni o Giacomo Puccini. También trabajé en la escenografía de obras de teatro de Dario Fo, Anthony Burgess, Tennesse Williams o Bertolt Brecht. Aquí en Mallorca monté El fogó dels jues, de Llorenç Moyà, y El Avar, de Xesc Forteza, entre otras muchas obras. Y en el Teatre Principal de Palma dirigí la escenografía de óperas como Turandot o Macbeth.

La escenografía debe ser un trabajo muy duro.

—Sí. La escenografía de una ópera te puede llevar medio año de mucho trabajo, pero yo lo hacía apasionadamente. Todo el arte me parece apasionante, pero en 2008 hice mi última escenografía. Requiere de una energía que, con la edad, ya empezaba a perder.

Pero seguro que tiene un último proyecto.

—En efecto. Me gustaría montar un proyecto sobre la Menorca del siglo XVIII en La Misericòrdia, en Palma. Constaría de pasarelas de indumentarias y bailes menorquines, una exposición de acuarelas mías inspiradas en personajes y hechos de la Menorca de esa época y una serie de conferencias de expertos en la materia. Lo he propuesto y he recibido una total indiferencia. Me sorprende que iniciativas para darnos a conocer entre las Islas sean despreciadas de esta manera.