Micaela Cousiño y Quiñones de León.

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Micaela Cousiño y Quiñones de León (Vichy, 1938) ha fallecido en su casa de París, en uno de los barrios más elegantes de la ciudad de la que llevó con enorme orgullo su título real. Para los orleanistas Micaela fue su reina como esposa segunda del Henry D’Orleans, conde de París y duque de Francia, jefe de la casa real francesa hasta su muerte en 2019.

Micaela nació en el seno de una familia pudiente chilena a la que se unió por matrimonio una marquesa española con rango de Grande de España. Siendo muy niña se trasladó a Francia con su madre, que había alquilado un precioso castillo con hermosos jardines donde poder recibir a lo más granado de la sociedad. La condesa recordaba como en su infancia bailaba sobre las rodillas del príncipe Yusupov, más conocido por ser el asesino de Rasputin, o como el embajador Quiñones de León, contaba las andanzas de Alfonso XIII.

Desde muy joven Micaela demostró un carácter fuerte y una necesidad imperiosa de adquirir cultura. Sabía de literatura y música, conocimientos que la llevaron a la radio francesa donde pudo tener un sueldo que la ayudara a mantener a su hijo Alexis Boeuf, fruto de su unión con un intelectual que los abandonó al poco tiempo. El destino puso en su camino al que estaba llamado a ser conde de París y el flechazo fue instantáneo. Comenzó así una relación polémica que sin embargo acabaría en boda. Nunca fueron más felices que ese día lluvioso en el que se dieron el ‘sí quiero’ en el País Vasco francés. Por entonces la pareja habitaba una casita en el campo de Pollença que habían descubierto en los años 80. Los condes de París disfrutaron de su Versailles particular, en realidad una casa de aperos que convirtieron en minúsculo palacio y donde plantaron la bandera de las flores de Lis.

El matrimonio pasó por apuros económicos pues la herencia multimillonaria se esfumó de manera sorprendente. No obstante, jamás perdieron el señorío. Contaba Micaela que su suegra al venderse las joyas de la Casa Real de Francia al museo del Louvre, donde están expuestas, le había dicho que se alegraba pues no la consideraba digna de lucirlas. Micaela contestó que para ir en el metro no las necesitaba y que si un día se convertía en reina las pediría al Louvre. Su sueño de reinar nunca se cumplió, sin embargo siempre supieron estar a la altura de unas circunstancias que no fueron fáciles. Los condes de París en las fiestas de Pollença a las que acudíamos cantaban y bailaban como si fueran adolescentes, vivían la vida con intensidad. Jamás toleraron que se hablara mal de su familia. Descansa en paz querida princesa.