El centro recibió muchos sirios y, recientemente, ucranianos, todos huidos de la guerra. «Somos servicio público, hay que atenderlos», dice el director. En la foto, alumnos en clase. | Teresa Ayuga

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De los aproximadamente 400 alumnos escolarizados en el CEIP Els Tamarells de Ses Cadenes, en el Arenal de Palma, unos 150 han nacido fuera de España. Hay registradas hasta 27 nacionalidades. En sus casas hablan pastún, hindi, urdu, árabe, inglés y otras muchas lenguas africanas. El director del centro, David Nicolás, explica que el perfil económico de las familias, en su mayoría, es bajo-medio, aunque también tienen estudiantes de la urbanización Bellavista y, en gran medida, «familias de clase obrera» de la zona.

«Tenemos una diversidad muy abierta, no es que haya una gran mayoría de alumnos de un origen concreto, está muy repartido», apunta. Esta pluralidad, la implicación del claustro y estar en una isla son algunos de los motivos por los cuales el Ministerio de Educación les seleccionó el año pasado para formar parte del proyecto ‘Impulsando la inclusión mediante el diseño universal de aprendizaje’, en el que también participan colegios de El Hierro, Murcia y Málaga con situaciones similares. Estos centros se han convertido en laboratorios de ideas para diseñar métodos educativos que sean más eficaces en contextos de alta diversidad y que luego se exportarán a otros colegios españoles.

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«Para hablar de la escuela que queremos tenemos que pensar en el alumno de 2040. A corto plazo, todo esto implica un cambio de mirada de los maestros. Cuando te das cuenta de que el libro de texto, la ficha o la distribución del aula no dan respuesta a la realidad que tienes delante, necesitas un modelo y una manera de trabajar nueva que abrace a todos los alumnos», afirma el docente, mientras señala un cartel en la puerta de una clase que está a la altura de los ojos de los pequeños. «Les facilita mucho la cosas», dice, y asegura que pronto pondrán itinerarios de colores en el suelo que les oriente para llegar con facilidad a la entrada del colegio o al comedor, entre otros puntos. Algo más sofisticado que las flechas de Ikea.

«Antes preparabas las clases y las asignaturas y luego las adaptabas a los alumnos. Eso, aquí, no sirve. Desde el principio hacemos un diseño del programa educativo en el que tengan cabida todos los niños y niñas», comenta. Nicolás pone como ejemplo que en una de las actividades en matemáticas, los estudiantes tenían que calcular el desplazamiento de un vehículo. El hecho de hacerlo con materiales, y no solamente en un cuaderno atendiendo al docente, «implica que el alumnado más diverso se integre en la actividad». Hace tiempo que trabajan con Chromebooks, pero esto lo combinan con metodologías donde «toquen». En el huerto y el gallinero siguen en directo el proceso de incubación y el crecimiento de los alimentos, que se llevan a casa. También aprenden cómo funciona una batería y diseñan robots. «Esto ya se está haciendo en otros centros, es el futuro», concluye.