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Si a una feria caótica por naturaleza como es Fitur se le añade la presencia de los Reyes, ya dejamos atrás las tradicionales congestiones para asomarnos al puro apocaplipsis logístico y organizativo. Los sufridos profesionales del sector (la apertura al público general es a partir del sábado) que dilapidaron buena parte de su mañana atascados en la carretera, encontraron a su llegada al recinto de Ifema más colas eternas gracias a escáneres averiados y a una pésima planificación de los controles de entrada. Una vez dentro de la feria –pequeño reflejo de la masificación de los destinos maduros–, la seguridad siguió improvisando cierres de accesos y estrechando los pasillos de los pabellones para el paso de don Felipe y doña Letizia y del nutrido séquito que les acompañaba. Los Reyes, guiados por Francina Armengol, se detuvieron en el estand de Balears para saludar a los mandatarios locales, entre los que despertaron casi tantas reverencias y miradas de éxtasis como Ayuso, quien por los flashes y los murmullos se debía sentir como la diosa Cibeles paseando entre mortales.

Entre las visitas a las instalaciones de las Islas, la del ministro de Turismo, Jordi Hereu, que aunque fue recibido a bombo y platillo, llegó y partió con el silenciador activado. Igual de comedido fue el campeón del mundo y buena gente en general, Vicente del Bosque, acompañado de un bastón pero con el mismo semblante que cuando conquistó el Mundial de Fútbol de 2010. El exseleccionador nacional es una de las banderas de la apuesta balear por el turismo deportivo, paso lógico en la evolución de un destino que dice no querer crecer más en cantidad, sino en calidad. En una fase más temprana se encuentra el presidente de Albania, Edi Rama, quien en el estand de Meliá explicaba a Gabriel Escarrer cómo su país se está reinventando a través del turismo tras pasar los 90 como el más aislado de Europa. Hoy, segunda jornada y, Cibeles nos asista, con el suflé a la baja.