El doctor de la UIB Antoni Sureda y la doctoranda Antònia Solomando. | Teresa Ayuga

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Aunque aeste miércoles fuera el Día Mundial de las Tortugas Marinas todos los días lo son porque sigue latente uno de los enemigos capitales que, en muchas ocasiones, amenaza la supervivencia de estos animales en nuestras aguas: el plástico.

La responsable del Centro de Rescate de Fauna Marina de Palma Aquarium, Gloria Fernández, señaló ayer que desde 1993 se han documentado alrededor de 1.100 tortugas bobas –Caretta Carretta– encalladas en las costas de Balears cuya causa principal tiene que ver con el enmallamiento de las denominadas redes fantasmas, que llegan a ser «trampas mortales para las tortugas», recordó Fernández.

Palma Aquarium atendió en 2020 un total de 84 tortugas marinas entre vivas y muertas, un dato que duplica la media anual –recuperan cada año en el litoral alrededor de 42 tortugas–, de las que «el 85 % se recuperaron» y volvieron a su hábitat.

Metales pesados

Por otra parte, el doctor de la UIB Antoni Sureda y la doctoranda Antònia Solomando dieron ayer a conocer los dos estudios publicados sobre el impacto de los metales pesados tóxicos y la presencia de biomarcadores de estrés en las tortugas marinas propias del mar balear, que analizaron las concentraciones de mercurio, plomo y cadmio procedentes de diferentes actividades antrópicas.

A pesar de que «los niveles de plomo han disminuido mucho en los últimos 20 años», explicó Antoni Sureda, siguen siendo una amenaza para las especies marinas y «es un problema que está presente en otras zonas del Mediterráneo». Los investigadores también han evaluado en otro estudio cómo los procesos de recuperación de estas tortugas marinas pueden disminuir sus niveles de estrés oxidativos en aproximadamente un mes, llegando a estabilizar al animal para su regreso al mar.

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Un ejemplar de tortuga boba en el Palma Aquarium.