Muchos de sus clientes conocen la sobrasada porque han pasado sus vacaciones en Mallorca.

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Petra es el km 0 de esta historia. De allí partía, en el año 1931, Sebastià, el abuelo de Francis Riera. Se marchó a Francia a trabajar. «En aquella época había mucho trabajo en la región de Troyes, en fábricas de tejidos», explica su nieto. «De los diez hermanos que eran, siete hicieron esa migración económica, unos en Francia, y otros en Inglaterra y Argentina. Y cuatro se quedaron en Mallorca», añade Francis.

Su abuelo Sebastià se quedó en Francia, se casó y tuvo un hijo, Joan, el padre de Francis, que conoció a su madre, una parisina, y los tuvieron a él y a su hermano Pascal. En vacaciones, iban a Mallorca a visitar a la familia, y a su regreso a París, volvían siempre con sobrasadas y otros embuditos mallorquines, «los traíamos escondidos en cajas de ensaimadas, porque España no estaba aún en el mercado común europeo y no podíamos entrar productos cárnicos en Francia», explica Francis Riera.

En sus vacaciones, él sigue frecuentando Petra, Sóller, Alcúdia, Pollença y los rincones de la costa a los que su padre lo llevaba a pescar.

Después de compaginar durante diez años diversas ocupaciones de temporada de invierno y verano, en el norte y en el sur de Francia, y tras un tiempo trabajando en la restauración, en Barcelona y en París, este parisino de raíces mallorquinas empezó a desear un trabajo más estable. «Quería abrir una tienda o parada de comida», dice. Y justamente en su barrio de infancia, «y de corazón» –precisa–, en el distrito décimo de París, el dueño de una parada de charcutería, en el Marché Couvert de Saint Quentin, se jubilaba, y él tomó su relevo.

Salvaguardar el producto fresco

Es uno de los emblemáticos mercados de la capital francesa, en el número 85 Bis del Boulevard de Magenta, a pocos metros de las estaciones de tren del Este y del Nord. Tiene una estructura de hierro forjado y 42 parades. Francis ha contribuido así a salvaguardar uno de los puestos de producto fresco que, poco a poco, van siendo sustituidos por restaurantes o lugares de comidas preparadas para llevar. «Lo hacen para dinamizar los mercados, pero yo pienso que se tiene que mantener un equilibrio, que los comercios de toda la vida no pueden desaparecer», expresa. Ni los comercios, ni tradiciones como la de su familia de importar sobrasada de Mallorca, que es lo que él hace ahora, con todas las de la ley. En su parada despacha productos de cerdo fresco, como lomo, costillas y salchichas de corrales de Normandía, embutidos de pato y elaboraciones como quiche, ensaladas y paté.

De Mallorca no falta la sobrasada de porc negre, normal i coenta, dice en perfecto mallorquín. Muchos clientes, de repente, la reconocen en la vitrina porque la recuerdan de sus vacaciones en la Isla. «En cambio el camaiot no les gusta nada a los parisinos», comenta.