Gabriel Mestres, Andreu Canals, Juan Florenza, Jaume Tarongí, Joan Borel, Paula Llompart, Jesús Oliver y Guillem Company., delante del Dakota. Abajo dos detalles del avión. | M. À. Cañellas

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En la deliciosa Cuesta abajo, Carlos Gardel nos deja una de sus habituales perlas de sabiduría: ‘La pena de no ser y el orgullo de haber sido’. Ese tango, un canto al brillo perdido de juventud, se lo apropia nuestro flamante Dakota, una nave que vivió tiempos mejores y que, pese a estar siendo minuciosamente restaurada por un puñado de entusiastas de la aviación, jamás volverá a alzar el vuelo. Pero sus días de gloria aún laten en su fuselaje, si se acerca lo suficiente este gigante volador le susurrará sus mil y una historias. Cuando abasteció de tropas al frente en la Segunda Guerra Mundial; o más tarde, cuando sobrevoló África con fines comerciales. Aunque eso fue antes de operar para la CIA. Y aún tuvo tiempo de realizar un último servicio: fue el correo que, puntual como un reloj suizo, acercaba a diario la prensa a la Isla. Una vida de entrega y servicio que no podía acabar con nuestro protagonista despanzurrado, herido de muerte, sobre el frío suelo de un hangar.

Dakota
Año 1944. La tripulación del Dakota durante un descanso en la Segunda Guerra Mundial.

Me encuentro en los aledaños de Son Bonet, cara a cara con el Dakota, y luce el sol. Ahora, dejen que me escurra por el túnel del tiempo para irrumpir en un aeródromo retirado, invadido por una fina bruma que nos devora hasta el tobillo y lo tiñe todo de blanco y negro. Frente a mí, Claude Rains, henchido de patriotismo, desprecia la botella de Agua de Vichy que le ofrece un comandante nazi, y Bogart despide a una resignada Ingrid Bergman. Al fondo, brilla imponente un Lockheed 12A Electra y, si me lo permiten, vamos a volatilizarlo, así, cual David Copperfield, para colocar en su lugar a nuestro protagonista. ¿Por qué? Andreu Canals, vicepresidente de la Asociación de Amigos de la Aviación Histórica, lo explicará mejor: «Es el avión más icónico y bonito que existe, no cabe duda».

Un trabajo meticuloso

Cada miembro de esta agrupación de nostálgicos de la aviación clásica invierte su tiempo y dinero, sin apenas ayudas externas, en la restauración de este Douglas DC 3 ‘Dakota’ (nombre con el que lo bautizaron los ingleses). «Salió de la cadena de producción de la Douglas Corporation, en Long Beach, California, el 30 de junio de 1942 a cambio de 98.500 dólares, y se destinó al abastecimiento de tropas», explica Gabriel Mestres, miembro de la asociación. Tres años después, «fue vendido a una empresa de transporte americana, y de ahí fue pasando por diferentes manos para uso civil y comercial, primero por Europa y luego por África». En el continente negro voló para una compañía libia «que me aseguraron que operaba para la CIA». Lo cuenta Paula Llompart, que en el ‘88 lo compró para su empresa Aeromarket, con la que surtía de prensa a la Isla. «Estuvo en activo hasta el ‘95 cuando quebró el negocio, AENA nos quitó el hangar y el avión quedó a la intemperie siendo objeto de pillaje». Finalmente, en 2019, AENA lo cedió a la asociación para que le devolvieran su aspecto original. Aprovecha Paula para hacer un llamamiento «a toda la gente que tenga piezas del avión sin darles uso que nos las hagan llegar, serán de mucha ayuda».