Juan José Bon posa en su domicilio de s’Arenal junto a su colección de billetes antiguos de lotería. | Pilar Pellicer

TW
0

El 30 de septiembre de 1763 el rey Carlos III promulgó un decreto para controlar la práctica de los juegos de azar. Sólo un juego escaparía del corsé del monarca ilustrado, la ‘lotería de Madrid’, como comenzó llamándose. La clase trabajadora contaba con un nuevo aliado en la carrera hacía el Shangri-La soñado, y dos siglos y medio después su poder de seducción sigue intacto. A nadie escapa el atractivo que desprende la lotería, es la moneda que nos permite mandar al carajo el despertador y desterrar para siempre la dichosa hipoteca. Música para los oídos. Pero en esta página no vamos a centrarnos en esos boletos que transforman vidas; al contrario, pondremos el foco en los décimos que pasaron con más pena que gloria, los eternos perdedores.

Echen un vistazo a las imágenes que acompañan el reportaje, observarán que junto a nuestro protagonista, Juan José Bon, lucen con una prestancia casi espectral algunos boletos de entre finales del siglo XIX y principios del XX, el más antiguo data del año 1886. Juan los conserva en perfecto estado de revista. Aun no habiendo sido agraciados, debido a su longevidad estos décimos poseen un valor añadido, y si lo piensa resulta paradójico que un boleto que en su día frustró las ilusiones de su portador hoy tenga un cierto valor. Desde luego quien no se consuela es porque no quiere, y si no piensen en las veces que un premio millonario rompió un hogar. Ya lo dijo Billy Wilder: «Las ilusiones son peligrosas, no tienen defectos». En fin.

Centenaria

El caso es que el bueno de Juan José conserva en su poder un pedacito de la centenaria historia de la lotería española. Y ahora, por circunstancias de la vida, necesita desprenderse de su tesoro. «Me encuentro en una situación delicada, carezco de ingresos mientras lucho para que me concedan una pensión por un problema de salud», se lamenta. Los billetes eran de su bisabuelo, y «tienen bastante valor», añade. Afirma que le gustaría que cayeran en buenas manos, «alguien que sienta pasión por el coleccionismo de antigüedades».

La vida no le ha tratado bien, a sus 49 años vive en s’Arenal junto su padre –Juan Bon, un apasionado de Marilyn Monroe al que nada consigue borrarle la sonrisa– y un simpático gato al que ni el estallido de un mortero le ahuyentaría del rincón donde dormita plácidamente. «Me gustan más las cosas antiguas que las modernas», afirma. Toda un declaración de principios que apunta a esta vida acelerada e impersonal, en la que tachamos de bicho raro a quien carece de dispositivo móvil o no interactúa en redes sociales. Juan insiste en que, por mucha pena que le dé, necesita desprenderse de su tesoro, e insta a los interesados a ponerse en contacto con él a través del correo juanjoseb298@gmail.com