Toni Martín en Estudis Campet, ubicado en su domicilio de Algaida. | Pere Bota

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Si echo la vista atrás en busca de figuras influyentes en mi vida, emerge con fuerza el recuerdo de Toni Puig. Un educador modelado a imagen y semejanza del profesor John Keating de El club de los poetas muertos, aquel mesurado Robin Williams que alentaba a sus alumnos a perseguir sus sueños, aunque supusiera enfrentarse a lo establecido. Ambos me aleccionaron, inspiraron y enriquecieron, preparándome para el agridulce ingreso en la madurez. También me acercaron la buena literatura, esa que quema y alimenta al mismo tiempo. Jamás olvidaré aquel curso del ‘89 en el que descubrí el significado de Carpe Diem gracias a un profesor que se subía a las mesas para conectar mejor con el espíritu inconformista del adolescente. Fue mi faro guía en esa época que es el mejor/peor de los tiempos. Por ello –y por mil cosas más– siempre defenderé el papel del docente. Enseñan, protegen, revelan nuevos horizontes y alientan el espíritu crítico.

Llegados a este punto debo presentarles a Toni Martín, un abnegado profesor de inglés que, como tantos otros, cumple un rol fundamental en la sociedad. Resulta que a sus 43 años ha sentido la llamada de la música, pero sepan que esta ‘revelación’ no irrumpe por combustión espontánea. Explica que «con cinco años ya quisieron ficharme unas monjas para una coral», y hasta hace no demasiado su voz lideraba al cuarteto de funk’n’roll Gato Martín. Pero es ahora, en la mediana edad, cuando este hombre afable, buen conversador y peleado con el peine –como los buenos rockeros–, ha decidido diversificar su tiempo. Estudis Campet es el fruto de sus inquietudes. Un coqueto y completo estudio de grabación ubicado en el patio trasero de su domicilio en Algaida que, gracias al boca-oreja, está haciéndose un prestigioso hueco en el gremio. Por el momento lo compatibiliza con su labor docente, aunque en un futuro «aspiro a poder vivir de esto».

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Martín siempre se interesó por la concepción del sonido, «ya en 2002 hacía la producción de mis primeras canciones», advierte. Fue el reconocido músico Tomeu Quetgles quien alentó su salto de la órbita amateur al profesionalismo. «Vino a mi casa a hacer una torrada con un amigo mío, Biel, con el que había tocado en Gato Martín. Me hablaron de su proyecto y decidimos que yo maquetaría las canciones. Por entonces tenía un pequeño estudio solo para mí, para hacer mis cosillas. Fue Quetgles quien me animó a montar algo profesional». De esa guisa comenzaron las tareas de grabación, que alternaban con la construcción de nuevas instalaciones. De hecho, esa fue una forma del pago por los servicios prestados: «Me ayudaron con el hormigón y las tejas», reconoce entre risas.   

Trayectoria

Hoy, ya lleva más de una treintena de trabajos supervisados, haciendo preproducción, grabación, mezcla, producción, arreglos «e incluso a veces de músico»; y por sus instalaciones ha pasado la flor y nata de la música local, de Sebastián Garreta, Paula Blú & Hugo Sócrate y Victor Uris; a Pati Ballinas, la banda Cabrón y Damià Timoner, «gente a la que admiro mucho, tenerlos aquí fue toda una experiencia».

Como buen productor, sabe que es el encargado de llevar a buen puerto el sonido de un artista, su papel no es tema baladí… ¿o acaso creen que las canciones de Lennon y McCartney habrían recorrido los confines del mundo sin el aporte de George Martin, arquitecto del sonido ‘Beatles’? Y no digamos hoy, cuando la labor del productor es, si cabe, más intrusiva que antaño, lo apreciamos en estrellas como Kanye West o Lady Gaga, quienes montan su sonido exprimiendo todas las posibilidades de la cabina técnica...

Le pregunto al profesor qué piensan sus alumnos de su otra faceta profesional, «saben que era músico pero ignoran que estoy grabando música para otros artistas». Reconoce que en el fondo no son tan distintas sus dos facetas, «trabajar con músicos en cierto modo es como estar en clase, tienes que hacer de psicólogo, amigo, jefe… las facetas que desarrollo en la docencia me vienen muy bien para esto». Para conciliar su pasión con el trabajo ha tenido que solicitar una reducción de jornada en el colegio donde imparte clases. Enseña por las mañanas y produce por las tardes. El tiempo sigue siendo un bien muy preciado para nuestro protagonista, que advierte a sus clientes que el estudio «tiene horarios conciliadores con la familia, antes era una locura, estaba todo el día liado. Ahora trato de dedicarle tiempo a la familia, de lo contrario me toca aguantar la bronca de mi mujer», concluye entre risas.