Mariana Murabito trabaja en un pequeño taller en Esporles. | Pere Bergas

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Al otro lado del Gran Azul, a más de diez mil kilómetros de distancia, Mariana Murabito (Mar del Plata, 1972) creció entre las telas y los diseños de la antigua Fábrica de tejidos Mugal, propiedad de sus abuelos, «las lanas y los hilos estaban en mi subconsciente», sostiene la artesana que, desde hace más de un lustro en un pequeño taller en Esporles, confecciona accesorios, complementos y piezas decorativas de pared en un telar de suelo, bajo la firma Muravito.   

Murabito estudió diseño gráfico e ilustración y durante años se dedicó al diseño editorial, así como al diseño web y al marketing digital en el nacimiento de Internet. Su primer contacto con la artesanía tuvo lugar en la Isla, donde llegó en el año 2000. Cambió lo digital por lo dactilar. «La rutina afectó a mi trabajo, poco a poco dejó de ser creativo. Buscaba una afición con la que trabajar la creatividad, con las manos, y por casualidad descubrí el tejido en telar en un curso de Open Studio 79», explica Murabito, que desde el primer momento sintió un flechazo por la artesanía. «Al principio me permitía investigar y probar sin tener mucho conocimiento. Me atrajo también el que sea una de las primeras tecnologías utilizadas por el hombre, común a todas las culturas. Tejer en telar consiste en entrecruzar hilos verticales y horizontales, urdimbre y trama; la base es la misma que en su creación, trabajas como lo haría alguien en la prehistoria».

Factor sorpresa

«La técnica requiere precisión, pero no busco la perfección absoluta. Es la esencia de la artesanía, yel error puede conducirte a algo más interesante», razona Murabito, que confecciona sus piezas desde las entrañas, el sentimiento y la intuición. «El telar de suelo tiene un factor sorpresa: el trabajo se va enrollando y, hasta que no acabas, no ves el resultado final. A mí me funciona fluir con el color: planteo una paleta de colores y, a medida que voy tejiendo, un color llama al siguiente. Es un proceso natural», explica la artesana, que desarrolla su trabajo en un telar japonés Saori y se inspira, entre otros movimientos, en la alemana Escuela de la Bauhaus y sus tejedoras. «El textil se relacionaba al ámbito doméstico. El deseo de cambiar esa idea generó lo que conocemos como arte textil. Pero, en realidad, hoy puedo inspirarme en cualquier cosa. Existe tal contaminación visual y estamos expuestos a tal cantidad de estímulos que hoy lo importante es estar despiertos y saber filtrar».

Murabito crea piezas decorativas de pared, de mayor tamaño, aunque su especialidad son los complementos y accesorios, como pulseras, brazaletes o bandas para sombrero. «Me siento muy cómoda en el pequeño formato. Es más trabajoso, pero resulta satisfactorio. Lo más engorroso del proceso es montar el telar y enhebrarlo. Si la urdimbre no está bien montada, no lograrás un buen resultado», explica la artesana, que trabaja con hilos metálicos o de algodón, cáñamo o lino. Con el tiempo, su visión de la artesanía ha cambiado, «creo que es muy necesaria, porque mantiene con vida las raíces y la tradición. Y es una práctica meditativa, me permite desconectar, relajarme; compensa el ritmo de nuestro tiempo», concluye Murabito.