Con el tiempo, Pep Matas consiguió la confianza de ‘La Paca’ y sus confidencias. | Click

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El lunes asistimos, en la Casa del Libro, a la presentación de La Paca, Son Banya y yo, escrito por Pep Matas. Y lo hicimos por dos motivos. En primer lugar, por reencontrarnos con él, dado que cuando estaba en Ultima Hora vivimos alguna que otra experiencia juntos, sobre todo una, en Tánger, a donde fuimos a hacer varios reportajes. Entre ellos, recordamos el de Bajarnos al moro, es decir, llegarnos hasta Quetama para ver cómo funcionaba el comercio del hachís y visitar algunos de los campos en los que crecía la marihuana.

Dos días después, en Tánger, para entrevistar a la secretaria de Estado para el Deporte y medallista en Los Ángeles, Nawal El Moutawakel, terminando los dos, por espacio de un par de horas, o tres, en la cárcel, y más tarde en los juzgados, señalados, según nos dijo uno de los responsables de aquella, por estar preparando una fuga desde el exterior, de lo cual, afortunadamente, salimos airosos –en pocos días, demasiadas cosas para dos hombres solos, ¿no?–. Y en segundo lugar, por acompañarle en la presentación de un libro escrito por él, sobre sus experiencias sobre Son Banya y uno de los personajes más icónicos del lugar, ‘La Paca’, porque uno sabe lo importante que es verse rodeado de amigos en momentos como ese.

Entre los numerosos asistentes, el veterano fotorreportero Tomás Monserrat.

Todo lo que pasa está en la calle

Lo bueno del libro es que cuanto cuenta en él es rigurosamente cierto, dado que Pep fue –sigue siéndolo– persona convencida de que todo lo que pasa está en la calle, por lo cual, gran parte de su vida profesional, la pasó en ella.

Durante la presentación, Miquel Serra recordó que al poco tiempo de estar trabajando en el grupo, en Sucesos, hizo el mapa de la droga en la zona en la que más funcionaba, con los nombres y los motes de sus cabecillas, lo cual se consigue callejeando, en contacto con unos, con otros, con policías, abogados, gente y gentuza. De ahí que consiguiera lo que consiguió, entre otras cosas entrevistar a encarcelados, entre ellos a la mismísima Paca, a la que ganó su confianza, y con ella, y con el paso del tiempo, sus confidencias. Por conseguir la noticia se metió en fregaos, entre otros, algunos de los de Son Banya, de donde en una ocasión salió de milagro, gracias a la intervención de dos agentes de paisano.

Lleno sin croquetas ni copas

Otra de las cualidades que tenía –que tiene– Pep es que, perteneciendo a un periodismo nuevo, en el que en cierto modo, por su forma de trabajar, contribuyó a que lo fuera –periodismo nuevo–, que poco tenía que ver con el que había antes de llegar él, fue su capacidad de sintetizar, de contar en media docena de líneas lo que otros, como los grandes maestros del denominado nuevo periodismo, cuentan en un libro. De hecho, en no muchas páginas, en La Paca, Son Banya y yo cuenta muchas historias y despeja no pocas incógnitas… Todo en no mucho espacio. Basta, si no, ver las páginas que tiene.

Aparte, vimos que Pep sigue gozando del buen humor, del mejor talante, que es el de estar agradecido a sus compañeros del diario pese a que hace años que ya no está en él... En cuerpo, que en alma lo estará siempre... ¿Porque, quién le diría a aquel panadero de Inca, corresponsal de Deportes que más de una vez salió mal parado de algún que otro campo de fútbol, que iba a llegar tan lejos, primero en el Baleares y posteriormente en Ultima Hora, donde dejó su estilo y forma de trabajar?
Y lo bueno de la presentación fue la presentación en sí, el escritor y su obra, que sin croquetas, ni vino, ni cava que meterse entre pecho y espalda, y con pocas fotos y menos selfis, llenaron hasta la bandera la Casa del Libro, lo cual no es muy frecuente en cualquier presentación, sea de libros o de cuadros.