El humorista David Fernández. | R.D.

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Se cumplen quince años de una de las actuaciones más memorables en Eurovisión, y no por la magnitud de su éxito, precisamente. Por designación popular, Rodolfo Chikilicuatre se encaramaba al escenario al disparatado son de Baila el Chiki Chiki, en una actuación que quedará para la posteridad. David Fernández se ocultaba tras aquel personaje caricaturesco cuya esencia traducía la naturaleza cachonda del españolito. Además de aspirante a Sinatra, este actor y humorista formado en La Cubana se ha enfundado personajes que han trascendido en la cultura popular, como El Gilipollas o Narciso Reyerta, ambos pergeñados en su exitoso paso por el programa de Andreu Buenafuente. Hoy visita el Auditòrium Sa Maniga (Cala Millor) a lomos de su espectáculo No estoy bien, ¿nos desvelará el motivo?

¿Nos explica por qué ‘no está bien’?
Hay una razón muy obvia: porque fui a Eurovisión con una guitarra de juguete y eso te marca bastante.

Más que un show, No estoy bien parece una declaración de intenciones...
Siempre me han gustado los personajes que eran fracasados. En el show hablo de mi infancia, mi etapa con Buenafuente y de cómo de la noche a la mañana me hice popular.

En su humor prevalecen dos miradas, una instalada en la ternura y otra en la caricatura ¿cómo se le saca partido a esa contradicción?
La ternura la llevo de serie. Me dedico a la comedia porque, si no, no sabría qué hacer con mi vida, estaría todo el día deprimido, tengo una visión del mundo bastante negativa.

¿Humor e inteligencia van siempre unidos o hay tontos muy graciosos?
En el humor hay gente que se cree muy graciosa y es muy tonta, esos son los peores.

Como humorista ¿cuáles son sus fortalezas y sus debilidades?
Mi debilidad es que con los años me vuelvo más exigente. Y mi fortaleza es poder vivir de algo que me apasiona.

¿El humor debe tener límites?
Sus límites están en la calle, y ahí si te fijas la gente se ríe de absolutamente todo. En la tele no puedes hacerlo, sobre todo desde la aparición de las redes sociales, pero en la calle no hay ese filtro.

¿Cuáles son sus límites?
Bueno, tampoco estoy muy expuesto a esos filtros porque no hago humor de actualidad, prefiero hablar de las flaquezas del ser humano.

Debe ser la única persona del mundo incapacitada para reaccionar con enojo cuando le gritan ‘¡eh, gilipollas!’...
Exactamente. Cuando empecé en 2002 con Andreu (Buenafuente) salir a la calle era brutal, fue una época muy divertida, me llamaban gilipollas constantemente (risas).

¿Alguna vez se ha enfrentado a la indiferencia del público?
Sí, hay de todo, hago muchas cosas, unas funcionan y otras no. Participo en varios programas de la tele, y piensa que por cada uno que funciona hay diez que no.

¿Qué tenía Chikilicuatre para que 15 años después siga recordándose con una sonrisa?
Era un personaje entrañable, un perdedor que no sabe cantar pero lo intenta. Siempre me he sentido reflejado en esos personajes.

Si algo aprendieron los que mandan es que este es un país muy cachondo, y es mejor no delegar en una elección popular al representante de Eurovisión…
Claro, fíjate la que se lió cuando dejaron al público votar, enviaron a una bomba de humor a un festival donde todo iba en serio.

¿Una vez que se planta en Eurovisión y ve que está envuelto de artistas que van a por a todas, no le entra el tembleque al tomar consciencia del material que lleva?
(Risas) ¿Sabes qué me pasó? En las rondas previas en Belgrado me encontré en el bar del hotel con un irlandés que al final no fue seleccionado y cantaba con un muñeco y pensé ‘si esté canta con un muñeco yo puedo hacerlo con una guitarra de juguete’.

¿Tener que ser siempre gracioso es la maldición del cómico?
Como necesito el humor para vivir es algo que no me preocupa. Me da más miedo cuando me llaman para hacerme una entrevista sobre aspectos privados de mi vida, ese sentido soy muy reservado.