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Meses atrás y en plena campaña electoral, la totalidad de los analistas –y también la mayoría de las encuestas– concluyeron que Palma se había convertido en un problema serio para Francina Armengol. La gestión de Ciutat comprometía su objetivo de reeditar un pacto de izquierdas en el Govern. Pasó el 28-M y las urnas corroboraron el cambio. Fue un castigo en toda regla para las fuerzas progresistas y un premio para el ‘popular’ Jaime Martínez Llabrés, que llevaba tiempo trabajando y planificando su desembarco en Cort.

Desencanto de la ciudadanía.

Ante el desencanto de la ciudadanía por aspectos tan básicos como la limpieza y la seguridad, el actual alcalde de Palma centró su campaña en las debilidades de José Hila, que tardó demasiado en percatarse –y actuar– de que tenía a malos compañeros de viaje. Cuando el socialista dio un golpe sobre la mesa, Jaime Martínez ya disfrutaba de una cómoda ventaja. Sólo faltaba esperar a las elecciones. Con la vara en su mano, el antiguo conseller de Turisme ha exhibido el mismo pragmatismo que destilaban sus discursos en campaña.

Gestión antes que ideología.

Con 11 concejales y sin mayoría absoluta, el alcalde Martínez ha tenido que realizar varias concesiones a Vox para avanzar en su proyecto, aunque a punto de alcanzar sus primeros 100 días en Cort, existe el convencimiento de que ha llegado para gestionar Palma y no para hacer ideología. Los necesarios planes de limpieza que ha iniciado en los barrios de Ciutat, así como la eliminación de grafitis, confirman que el primer edil no ha tardado en pasar a la acción y que está ejecutando un plan para mejorar las cosas. Se trata de reivindicaciones perentorias de los palmesanos que nadie parecía querer escuchar. Evidentemente, Martínez y su equipo tienen mucho trabajo por delante, aunque es innegable que ha dado los primeros pasos.