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Desde muchos flancos se está presionando a Albert Rivera para que no cumpla la promesa de no pactar con el PSOE. Y que permita la investidura de Pedro Sánchez. Estamos ante un episodio llamativo. Porque no es nada habitual esta intensidad generalizada en el interés en que un partido incumpla la palabra dada. Lo cual es curioso de narices porque se pretende que Ciudadanos sea incoherente. Hasta ahora se suponía que lo bueno en política era lo contrario, ser coherente. No es verdad porque no siempre es lo mejor y a veces incluso es terrible: no en vano los grandes dictadores de la historia – Hitler, Stalin, Franco, Castro...- han sido personajes muy coherentes, tanto que han dado, literalmente, miedo. Esto no obstante, resulta en extremo llamativa la crítica que se le hace por este motivo a Ciudadanos. Pero esto no es lo más relevante.

Lo es mucho más, relevante, que estemos ante una operación de tal magnitud y tanta desfachatez que incluso implica al presidente de la República francesa. Increíble. Qué diría el mesié si ocurriera algo semejante al contrario, con un presidente de Gobierno español metiéndose en qué estrategia de pactos deberían seguir los partidos franceses para formar su ejecutivo. La grandeur se revolvería en su tumba llamando a los enfants de su patrí a coger las armas y pasar al sur de los Pirineos otra vez. En fin.

A ver: Rivera es un político desastroso que ya hace tiempo que ha superado con creces el límite de su capacidad. Lo ha demostrado muchas veces. Su ignorancia es ya legendaria – lástima que haya terminado con la cantinela, que duró muchos meses, de exigir la reforma de la ley Electoral para cambiar las circunscripciones de los comicios a Cortes, sin saber que la cosa está fijada en la Constitución – lo cual multiplicado por su infinita soberbia – jefe de la oposición, se ha investido la criaturita: de alucine – e inconsistencia – de pactar con el PSOE a hacerlo con la ultraderecha en tres años - da como resultado un nefasto personaje. No obstante esta vez tiene razón. No tiene motivo alguno para investir a Sánchez. Y bien lo sabe él porque es como el socialista. Tan ignorantes como soberbios son los dos. Vale, el naranja no copia tesis doctoral alguna e incluso le recrimina esto al otro cada vez que puede, pero es que lo hace justamente porque al ser los dos iguales sabe lo mucho que al socialista incomoda, enrabieta y revuelve las entrañas que lo haga. Y por este mismo motivo dado qué haría él si estuviera en el lugar del Sánchez - recibir los votos del PSOE y luego traicionarle – sabe qué es exactamente lo que llegado el caso resolvería hacer el aspirante a ser investido.

Además, es ridícula la pretensión de los críticos de Ciudadanos que son favorables a votar a Sánchez. Es de una ingenuidad impropia de políticos de primera línea. Porque no serviría de nada. Lo único que interesa al líder del PSOE es la investidura y una vez conseguida estará libre de ataduras, por mucho pacto que haya mediante. Lo único que podría condicionarle de forma seria sería contar con ministros díscolos y por eso no quiere, por cierto, a los de Podemos. Por esta misma razón si Ciudadanos le diera el voto a su investidura lo único que conseguiría -dado que no tendría ministros- sería que no se apoyara en nacionalistas y Podemos para ese paso en concreto pero nada le impediría hacerlo más adelante, esto o cualquier otra cosa que le conviniera luego.

Por tanto, por una vez, que Rivera quiera cumplir su palabra es del todo lógico. Aunque también es verdad que de poco le va a servir, porque su pretensión de disputar el liderazgo de la derecha al PP – que es la única razón que le guía, nada en absoluto le interesan otras cuestiones – es tan pueril como casi todos los excesos escenográficos que definen al vacuo personaje, cada día que pasa más émulo de Pedro Sánchez.