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Las elecciones madrileñas y, especialmente, las chulaponas intervenciones de Isabel Díaz Ayuso encarnada en nardera que sonríe «descará a tóo el mundo» por la calle de Alcalá, se están comiendo actualidad hasta el punto de que se diría que en el resto del panorama político del país todo está en calma. Y no es así. Se suceden pugnas entre partidos y luchas intestinas en los mismos. Fijémonos en Vox, cuyo líder, Santiago Abascal , definido en su momento por Aznar como «un buen chico lleno de ideas», acaba de tachar a Marlaska de «ministro criminal». Abascal no puede presumir de hombre de paz desde que en las elecciones del 2019 llegó a proponer que se permitiera a los españoles tener armas de fuego para defenderse. Y es que en Vox andan hechos un lío. El episodio de Extremadura puede resultar el más significativo. En Badajoz, tras varios meses a la greña, siete concejales de tres localidades y el que fuera candidato de Vox a la Junta, han anunciado que abandonan el partido, por considerarlo «antidemocrático». Esto de juzgar a dicho partido poco democrático se ve que funciona en plan de espoleta retardada –en Balears Contestí ya abandonó aduciendo lo mismo–, cuando hasta Rompetechos lo habría visto desde el principio. Los ahora disidentes critican el mal uso de las subvenciones públicas llevado a cabo por los dirigentes oficiales del partido y el que se haya convertido en una formación sin principios que se ha apropiado del franquismo cuando les interesa electoralmente. O sea, que para ellos Vox no es suficientemente de ultraderecha. Como anécdota final, cabe destacar como localidad más perjudicada por los abandonos a Guadiana, hasta hace poco Guadiana del Caudillo, cuyo exalcalde se negó al cambio de nombre.