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Conforme los Bancos se fusionan y digitalizan, inflándose de oficinas virtuales intangibles, ofertas en el ciberespacio y servicios telefónicos automáticos, por una ranura posterior (un puerto diminuto en el hardware) evacuan a presión millares de trabajadores con destino al espacio analógico exterior (a la puta realidad), donde será el llanto y crujir de dientes. El desarrollo tecnológico ha demostrado que a efectos de crear riqueza y bienestar, no hay nada menos rentable que los seres humanos. Que los alimente el Gobierno, ordenan los algoritmos financieros técnicamente infalibles. Pero sin subir los impuestos. Y el Gobierno, obediente, para afrontar este fenómeno digital que adelgaza a los Bancos hasta hacerlos fantasmales y rentables, piensa invertir miles de millones de la UE en un plan infalible de digitalización masiva, remedio homeopático que acaso culmine con la digitalización del propio Gobierno. El gran sueño de la derecha. Contra la digitalización, más digitalización; para las calamidades digitales, remedios igualmente digitales. Es decir, el auténtico pandemónium, en el sentido académico de reunión de demonios, lugar de gran confusión, ruido y griterío, la capital del reino infernal. Eso sí, un pandemónium muy liberal y al gusto de todos, porque es el progreso. Llevamos un siglo oyendo hablar de la apocalíptica rebelión de las máquinas, pero ignorábamos que tal rebelión la íbamos a liderar nosotros mismos. Esto de los Bancos, que si no reducen plantillas a mansalva, cierran oficinas y amargan la vida de sus clientes no son sostenibles, es sólo un ejemplo. El pandemónium digital no afecta únicamente a la economía (grande, pequeña o doméstica), sino a todo. Política, comunicación, ciencia, filosofía, sentimientos, sexo, ideas, todo. A veces, cuando leo en el periódico las cosas que pasan, y las que ya no pasan, pienso que los ordenadores y móviles no consumen electricidad, sino gente, a la que excretan por los orificios de conexión cuando se agotan. Pero no me hagan caso. Hace ya muchos años que tengo una gran brecha digital en la cabeza, y ni con bálsamo Fierabrás y apósitos sujetos con esparadrapo se cura. Hay días en los que no sé lo que me digo.