A fin de hacerse pasar por un simple oficinista de poca categoría, tal vez ayudante de gestor administrativo, un sujeto que atendía al nombre falso de Montón, señor Montón, ocupaba cada día un pequeño cubículo en una vasta sala llena de mesas separadas por mamparas divisorias, cada una con un ordenador cuya pantalla, igual que los separadores, le protegía de miradas curiosas. Lo más probable es que cuando los 49 empleados entraban en esa oficina por la mañana, el señor Montón ya estuviese allí, ocupando un lugar que sin embargo no le pertenecía. Por supuesto, debía ser el último en marcharse, si es que se marchaba, por lo que nadie se fijó nunca en qué aspecto tenía. Un aspecto de lo más vulgar y corriente; el aspecto ideal de un impostor, queridos niños y niñas.
Oraciones
Fábula del impostor persistente
02/05/21 4:01
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1 comentario
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Cuidadín cuidadín el Sr. Montón existe, que eso es como lo topónimos ibéricos, vas y dices Mansilla de las Mulas o Jambrique del Omoplato, por decir algo...y luego existen perdidos en el mapa.